miércoles, diciembre 12, 2007

Busquedas y digestiones

La noche del diluvio. Turner


Antes buscaba la Verdad,


ahora me conformo con la coherencia.


Problemas digestivos, quizás.

domingo, octubre 07, 2007

Despertar

La Bella Durmiente. Kinuko Craft

I

Esta noche soñé con una ciudad que parecía conocer bien mientras duró mi sueño, pero luego, al despertar, supe que no existía en este mundo nuestro.

Había dejado abandonados ciertos objetos personales y queridos en algún lugar público, creo que una especie de pequeña marquesina cerrada, como una cabina telefónica. Era un refugio que protegía del frío y de la lluvia al viajero que, atento a lo evidente, supiera reconocerlo al pasar y quisiera detenerse unos momentos. Los dejé en aquel lugar no por olvido, sino porque debía volver a pasar por aquel sitio más tarde y nadie, que yo supiera, había nunca entrado allí más que yo.

Llevaba ya caminadas varias manzanas (recuerdo las calles, los edificios, los árboles) cuando pensé que aquel rincón no era realmente mío, que alguien podría pasar por allí y llevarse mis cosas al pensar que estaban abandonadas.

Volví pues, desandando deprisa el camino. Sentía cierta inquietud al recorrer de nuevo esas calles, más largas de lo que hubiera querido y que, a medida que avanzaba se me iban haciendo menos familiares. Y así hasta llegar a un lugar que todavía conocía, pero en el que ya dudaba de cual de los caminos debía tomar. En ese momento de indecisión, que se hizo interminable, con la inquietud de haber perdido los objetos que tanto necesitaba y quería, me desperté.


II

Justo en el instante de abrir los ojos a este mundo que compartimos, comprendí que aquello que tanto me preocupaba en el sueño, llegar a tiempo y recuperar mis cosas, era ahora completamente intrascendente. En el acto de despertar no solo aquellas pocas cosas mías, sino la ciudad entera y, aún más, el que transitaba por ella se habían perdido. Pero nada de todo aquello importaba al que despertó. Plena conciencia e interés nulo por aquellos mundos, así se podría definir su estado.

Y supe, con certeza, que esta ciudad en la que escribo ahora no es más real que aquella otra en la que mi conciencia caminaba en sueños. Ambas están fabricadas, me parece, de la misma sustancia: una especie de presencia cruda que ahora casi me siento capaz de tocar.

Y me surge la pregunta:

¿Si ese fue el despertar del sueño horizontal, por qué el otro Despertar ha de ser diferente?

En ese instante del Despertar se disipará este universo de ahora, que en realidad se llama Francisco. Se borrará en un momento, como si nunca hubiera existido. Y esto no tendrá ninguna importancia para el que despierta. Tal vez porque se sabe a la vez soñador y materia de la que se hacen todos los sueños. Francisco podría volver en cualquier momento si Eso quisiera pero, ¿para qué?.

Siento que en mis labios se curva la sonrisa, una sonrisa que brota desde adentro, como el pájaro gigantesco que anida en el Corazón y extiende sus alas más allá de si mismo.

Si algo mío sobrevive al Despertar creo que solo podrá ser esta Sonrisa.

jueves, septiembre 13, 2007

Dialogos de ovejas

Blade Runner.


Todos esos momentos

se perderán en el tiempo.
Como lágrimas
en la lluvia.

Philip K. Dick. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Esta mañana, de camino al trabajo, me encontraba de pie, como casi siempre, apoyado en una de esas puertas del metro que nunca se abren durante el trayecto. Releía, por enésima vez, el capitulo 8 de MBH(*). A mi derecha, sentada, una mujer hojeaba uno de esos periódicos gratuitos que se reparten en la entrada a los viajeros. En las páginas que tenía abiertas en ese momento, se leía en grandes letras el siguiente título:

“¿Buscas la autenticidad? Fíjate en Katherine Hepburn”.

Por supuesto, allí no estaba K. Hepburn para que nos pudiéramos fijar en ella y, por no haber, no había en el escrito ni tan siquiera una foto suya, aunque fuera pequeñita.

Fue como si, de pronto, en esas horas tempranas en las que tanto aprecio los murmullos y los sonidos bajos, hubiera entrado en el vagón un payaso gritón, vestido de amarillo y haciendo piruetas. Sentí, de improviso, un atisbo de lo grande que es el peso del absurdo que soportamos cada día. El absurdo en el que vivimos, hablamos, comemos, dormimos y, literalmente, nos revolcamos.

“¿Buscas la autenticidad? Pues fíjate en la imagen mental del recuerdo que te ha quedado de esa mujer que viste en televisión, ya hace años, interpretando en blanco y negro películas que has olvidado”

Estuve a punto de decir en voz alta: “Que titulo más absurdo”, pero me contuve a tiempo.

¿Y si aquella mujer del periódico también veía la televisión y me contestaba “¿por qué absurdo?¡Caterin era una gran mujer!”?

¿Que hubiera podido contestar yo entonces? Hubiera tenido que sufrir de nuevo el cansancio de comprobar la impotencia de las palabras cuando se quiere salvar un abismo entre las conciencias.

Y luego habría tenido que fabricar de la nada la sonrisa, como hizo Dios con el Mundo, y entregársela a ella. Eso es lo más importante. Sonreír por dentro para evitar la dentellada de ese vacío entre los dos, que te arranca medio corazón y te deja frío y endurecido, contemplando al otro como si fuera un bicho. Sonrisa para curar la picadura venenosa del desprecio, que te deforma monstruosamente por dentro y te escupe luego, culpable y sucio, entre los animales.

Que triste, mejor callar cuando se sabe que la conversación no superará la primera sonrisa.

(*) La Máquina Biológica Humana como aparato de transformación. E.J.Gold

martes, agosto 21, 2007

Trilogias


La Mano de Dios. Rodin, Auguste


Es extraño. Hay días en los que me siento tan compacto como un guijarro, nítido como el borde de un tejado que se recorta al cielo. Y hay otros, sin embargo, en los que no sabría decir donde acabo y donde empiezo.

En estos instantes, por ejemplo, ni siquiera mi cuerpo se dibuja claramente. Los pies se funden en una sombra suave con el suelo y siento que la planta, y la almohadilla de gato bajo los dedos, se extienden mucho más allá de donde debieran. Como si los pies se desparramaran imperceptiblemente bajo la mesa, en esa sombra que no es del suelo ni es mía, sino del cuerpo de otro ser que brotara de ellos.

* * *

Si dejo lo visible y me vuelvo de lo que es mío hacia mi, de lo que tengo a lo que soy, de mi cuerpo a “lo que se da cuenta”, todo se vuelve aun mas difícil de comprender. O quizá, de aceptar. La conciencia de mi no acaba en mi. O, mejor dicho, la conciencia de mi esta hecha de los recuerdos de cuando estoy con otros. Reúno los pedazos de mi historia y los levanto juntos, como un cristo que resucita a lázaro, como un judío con su golem, como un frankenstein que espera un rayo para dar vida a su obra.

¿Que soy, salvo el recuerdo de los otros en mi y de lo que dije e hice cuando viví con ellos?

Pero no, no es del recuerdo solo de lo que hablo. El recuerdo es aún parte del cuerpo. Este conjunto de seres modelados por mi memoria, este escenario lleno hasta los topes de personajes diversos hechos de lo que viví y sentí al vivirlo no soy yo, sino una especie de película virtual, un mundo eléctrico que vive almacenado en los pliegues de mi mente. Es a el, ¡ay de mi!, a este fantasma de miedo y pereza, al que permito gobernar mi vida, y adoro como a un becerro dorado y llamo “mi ego” y le doy mi nombre.

* * *

Sin embargo la consciencia de la que hablo, esa que solo irradia en el aquí y ahora, es mas grande que yo mismo. Es tan ancha y tan rica que no puede ser robada, ni siquiera por mi, pues no encuentro espacio ni cuerpo alguno, para poder guardarla.

Tal vez al recordar intensamente a otro ser, al levantar su recuerdo dormido en nosotros se le invoca, se le está llamando. Algo arde en mi con un fuego sin llama y brota un humo claro, o una suave luz, extendiendo sus zarcillos por dimensiones desconocidas hasta tocar la luz del otro. Y entonces, si ese otro no me retira su mano, la consciencia ya no es consciencia solo de mi, sino de nosotros.

La consciencia de la que hablo es un cuerpo nube en el que todos existimos al unísono, con una sola mente y un solo corazón.

Como la sombra del pie en el suelo... La sombra del Alma Única que se extiende, imperceptible, siendo y no siendo a la vez, junto al pie y el suelo.

sábado, julio 28, 2007

Caminos (III)

Puente del Diablo. Turner



Cuando sigas un camino hazte solo una pregunta:

si ese camino que llevas tiene corazón.


(Comentario de don Juan a Carlos Castaneda)

viernes, julio 27, 2007

Caminos (II)

Londres desde los ojos del Puente de Westminster. Canaletto


I


El camino nace con la distancia, con la nostalgia entre aquí y allí, entre ayer y hoy, entre lo que soy y lo que puedo ser.

Nace con la nostalgia y vive tendido en ella como sobre una amante, cubriéndola, dejándose envolver. Los dos se funden en un solo ser, y en un solo ser viven fundidos. Si se separan alguna vez, por un instante, solo es para mirarse con ojos de hombre y mujer, y abrazarse luego con mas fuerza. Nostalgia y camino, es así como el vacío se convierte en puente.



II


En el Uno no hay caminos. El camino surge cuando somos dos, nos nace como si fuera un hijo. No hay camino en mi corazón, sino entre tu corazón y el mío.


III


La distancia es el cuerpo del espacio, tal vez, y el camino su motivo: que la distancia se recorra, que la tristeza se agote, que se reúna otra vez lo que ya estuviera unido.

Es como si al espacio le naciera el alma y, con el alma, la piedad. Y en su piedad por vernos lejos, tan solos, el corazón se le hiciera sólido y el cuerpo, tangible. Como si el espacio invisible, al tocarnos, se diera cuenta de sí, se volviera consciente de que él mismo también existe.


IV


Todos nacemos de dos, en mitad del sueño, como nacen los caminos. Todos vivimos en nuestro vacío, y lo llenamos con dibujos de niño soñador, como a las blancas páginas de nuestro primer cuaderno.

Pero un día nos nace el corazón, y la conciencia y, con ellos, el llanto sin lágrimas.

Y comprendemos que somos a la vez soldado y obrero. Que estamos aquí para construir un puente, para defenderlo y cuando ya sea parte el paisaje, entregárselo al mundo y partir.

Haldan Road Sunset. Carol Ubben

domingo, julio 15, 2007

Caminos (I)


Tan dificil es el paso

por el filo de una navaja,

como duro es, según los sabios

el camino de la salvación.


Katha Upanishad


Siempre me gustó este verso, desde que lo leí, como una cita, en "El filo de la navaja" de S. Maugham.

Entonces era aún un niño, y desde ese día, al repetirlo, siempre quedé prendido en el asombro, por la fuerza evocadora de sus palabras.

Ahora, sin embargo, con algo más de experiencia, considero que no es tan dificil recorrer un camino como construirlo.

Y ¿como se podría recorrer un camino, sin levantarlo primero, palmo a palmo, piedra a piedra?

Por lo demás, lo que en verdad me admira, es mi arraigada creencia de que existen motivos para recorrer algún camino, cualquiera que éste sea.

domingo, julio 08, 2007

Sin corazón

El corazón de la Via Láctea (Sagitario, Escorpio, La Serpiente)



El problema es que se me atasca el corazón. Se atasca y se para, irremediablemente. Y entonces es solo la cabeza quien mueve la sangre de mi cuerpo, quien hace girar el líquido cada vez más frío y más blanco por mi frente, en una triste parodia de la vida.

El problema es que se me atasca el corazón y no me doy cuenta. Parece como si funcionara pero no es así, y vivo días y días pensando que todo está normal, que no pasa nada, que sigo siendo, ¡como siempre! una buena persona, un ser sensible e inteligente del que el mundo solo puede sentirse satisfecho.

Al ver la pena de los otros se me encoge el corazón, naturalmente, pero creo que es solo para achicar el cuerpo y que la desgracia de ellos no me salpique. También ocurre que al sentir la alegría ajena me siento henchido, pero porque se me despierta el hambre y la envidia de poseer yo también la alegría que ellos tienen.

El proceso es bien extraño. El corazón se atasca y ya no siente, pero desde el mismo momento en que eso pasa la mente se pone a imaginar sentimientos que no existen. Veo, por ejemplo, a un niño que llora cubierto de mocos en los brazos de una mendiga y pienso, “que pena me da esta criatura, que triste estoy por la miseria de esas personas”. pero no es verdad, ¡maldita sea! no hay un sentimiento real, sino solo algunas palabras acompañadas de un estremecimiento de los músculos.

Y así vivo, insensible, con el corazón metálico prendido al pecho, inútil y estúpido como una insignia, mientras la mente imagina ternura y comprensión en cada uno de mis actos.

Ocurre como en esas películas en las que, para robar un banco, o un museo, los ladrones conectan a la cámara del vigilante un video que proyecta aquel espacio en un momento normal, ya pasado. El vigilante cree ver en su pantalla una imagen de la realidad, pero se trata solo de un conjunto plano de impulsos eléctricos envolviendo su cerebro como la piel de un plátano. No vive de la realidad, sino del recuerdo.

El corazón se nos ha ahogado. La garganta y los pulmones del corazón se llenaron de agua. Es preciso escupirla fuera, a borbotones, violentamente. Conozco a muchos a los que se les ha muerto el corazón y aun no lo saben. Pase lo que pase ya no son capaces de sentir el más mínimo estremecimiento. Van por aquí y por allá y en todo parecen personas normales, pero no lo son. Están medio vivos y medio muertos. Son como cyborgs de metal y sangre.

No es cuestión de leer una bonita poesía mientras la paz desciende a nuestro corazón como una paloma; o, en la calle, dejar una moneda brillante en las manitas sucias de un niño. Hay que sacudir el corazón a bofetadas, hay que empujarlo y apretarlo como a un cuerpo húmedo y frío tendido en la playa y rígido.

Tengo que echar fuera todo el agua, ahora, inmediatamente, antes de que el corazón dormido se me muera.



sábado, junio 02, 2007

Las dos conciencias

La Templanza. Tarot de Crowley

I


Yo realicé el servicio militar en un aeródromo del norte de España. Como oficial de complemento tenía derecho a una habitación en el “pabellón de mando”, un caserón casi deshabitado, con cómodos alojamientos en el segundo piso que daban a los jardines de la parte posterior. El río Ebro pasaba junto a las tapias del cuartel, literalmente, aunque desde mi ventana no podía verse. Pero si se percibían en el aire, cada día, mezclados con el aliento de los árboles, los estados de ánimo del río: sentimientos de barro, de agua, de hierba...

Tenía un compañero, vecino de habitación, que me prestó “El estado creativo de la mente”, de un tal Krishnamurti. ¿Qué incalculable serie de coincidencias hubo de darse para que, en aquel lugar, y en aquellas circunstancias, coincidiéramos dos tipos tan raros como el y yo? No podría decirlo. Quizá la respuesta sea, como dice E.J. Gold, que hay una “Oficina para el Control de las Coincidencias” o, simplemente, que por aquel entonces ya no era tan raro ser "un tipo raro".


II


Una tarde de abril, o quizá de mayo, yo estaba solo en mi habitación. Era la hora de la siesta y alrededor todo estaba tranquilo. Había leído en los últimos días unas cuarenta páginas de aquel libro, lenta, penosamente y ahora seguía avanzando en él. De pronto ocurrió algo extraordinario. Me tumbé de espaldas sobre la cama dejando a un lado el libro. Entré en un estado de conciencia desconocido para mí. Había dejado el cuerpo completamente inmóvil, ya que no había motivo alguno para hacer el mínimo movimiento con él. La imaginación se me había vaciado, la mente ya no charlaba consigo misma o con sus personajes. Me daba cuenta de los detalles, a mi alrededor. Los charquitos de sol en las paredes, en el suelo y en el techo, las sombras, los distintos objetos que podía abarcar sin mover la cabeza. La palmera del jardín sonaba suavemente al rozar sus ramas, movidas por el aire, la pared junto a mi ventana. Había también algún zumbido lejano, quizá de un moscardón... No recuerdo los olores, ni el roce de la colcha sobre mi piel, ni a qué sabía mi boca o mi lengua. Al parecer, solo usaba por aquel entonces dos de mis cinco sentidos.

Percibía los detalles, pero tenía también la sensación de que todo estaba fundido, como en una extraña pasta. Era consciente de la unidad, grande como un mar, rodeando a todas las individualidades.

Por primera vez fui consciente, además, de que el tiempo no tiene sentido en la unidad (como se puede ver, la mente se me escapaba de vez en cuando, rebelde, susurrando como gas que se cuela por una rendija, con algún pensamiento corto y rotundo). “No hay tiempo si falta el movimiento y ¿como va a haber movimiento si todo es uno?”

Cuando la mente se obstina, hay que dejarla hablar hasta que se calle, como a los niños. Mejor no discutir con ella, ni hacer mucho ruido o se romperá el encanto.

III


No había motivo alguno para moverse. Yo, en ese momento, era una pura conciencia sin motivos, sin propósitos, sin preferencias. Una conciencia de existir, o mejor de la existencia, la existencia sin centros o protagonistas, de la pura existencia, sin preferencia alguna por los contenidos del existir. Mi cuerpo no era yo, sino más bien una especie de transistor retransmitiéndome las noticias: “hay un insecto golpeándose en el cristal”, “esta bajando el sol”, “un pequeño ruido al final del pasillo”. Yo... yo no se que era yo. Tal vez la conciencia en la que todo aquello existía.

Estuve inmóvil, completamente inmóvil, durante algún tiempo. Las sombras sobre las paredes cambiaban. Comenzó a zumbarme dentro una pequeña inquietud. Nació diminuta y luego se fue haciendo cada vez mas grande. “No puedo moverme”, o mejor, “No tengo motivo alguno para moverme; entonces, ¿por qué hacerlo?”. Pero esa pequeña inquietud crecía, y crecía, y comenzó un diálogo interior: “no puedes quedarte inmóvil para toda la eternidad”, decía la inquietud. “¿por qué no?” contestaba mi conciencia. “pues porque no. Sencillamente. Las cosas no funcionan aquí de esa manera”.

Recuerdo que fue una terrible lucha. Por fin la inquietud fue lo bastante poderosa como para arrastrar consigo al cuerpo entero. Hice un pequeño movimiento, y otro, y otro... Finalmente me levanté.

Ese día supe que había dentro de mí dos seres, o al menos dos conciencias. Y sentí que esas dos conciencias no podían llegar a un acuerdo de igual a igual. Una debía mandar y la otra obedecer.

Tenía entonces veintitrés años. Faltaban casi treinta, y conocer a algunas personas, y vivir muchas experiencias, para poder entender esas cosas como ahora las entiendo.

martes, mayo 29, 2007

Besos de Hada

Paisaje en Riessengebirge. Friedrich

¡Que extraño sueño!

Estaba solo, frente a un valle, oyendo como caía mi propia voz sobre la falda del monte, a lo lejos, y rebotaba de nuevo hacia mi convertida en eco.

Estaba sentado en lo alto de una cuesta, sobre una gran piedra redonda y gris, fría y viva como un dinosaurio. Mis palabras levantaban el vuelo sobre los árboles, cruzaban el vacío, besaban el monte hembra y volvían a mí, perfumadas, como si con el beso se hubieran vuelto más sólidas. Iban y venían sobre el pueblo silencioso, allá abajo, formando sobre los tejados de las casas diminutos remolinos de polvo; pasaban como el aire sobre el rostro de la gente en sueños, sin dejar allí huella alguna, como nubes que cruzaran el cielo sin ser notadas. En lo alto, entre chispas de oro, se cernía la redonda mirada de gato, perezosa y atenta, del sol.

La voz que se iba volvía envuelta en un aliento de hadas, misteriosos seres de bruma que viven del otro lado, en el corazón de los árboles sobre la lejana ladera. Volvía crecida y sabia, como esa hija en la que un día descubre uno, mudo de asombro, que los años pasan. Volvía mi voz fragante y nueva, mía y del hada, como vuelve la saliva desde el borde de los labios al terminarse un beso.

Las palabras que se van, y las que vuelven, parecen las mismas y no lo son. Cuando las ves marcharse crees entenderlas, pero no es verdad. Tienen que volver con el beso de las hadas, antes de que puedas comprenderlas.

¡Que extraño sueño! Al despertar había un perfume nuevo en la habitación. Quizá era sándalo. Y una presencia, como si alguien que estaba allí hasta ese instante acabara de partir. Tal vez mi alma
.

sábado, mayo 26, 2007

Coste de Oportunidad

El Mago. Tarot de A.Crowley

Hay un concepto en economía, frecuentemente olvidado, al que se denomina: “Coste de Oportunidad”.

Cuando actuamos como economistas, o sea cuando nos hacemos verdaderamente conscientes de que en este mundo la escasez y la necesidad existen, comprendemos enseguida que todo tiene un coste. Cualquier cosa que obtenemos de la vida supone un esfuerzo, o nos pide una compensación. Incluso el regalo más desinteresado que nos hacen exige algún sacrificio de nosotros.

Alguien explicaba esta cuestión con un ejemplo, que podríamos resumir así:

“ser invitado a comer nunca te sale gratis”.

Quizá el obsequio no te costará dinero, pero probablemente se espera de ti que correspondas en el futuro con algún favor o, al menos, que mientras la invitación dure escuches con paciencia algo que desean contarte. Y aunque tampoco fuera así, aunque la comida fuera en verdad completamente desinteresada, asistir a ella te costará una parte de tu tiempo.

Sin embargo, el tiempo no puede guardarse, y en cualquier caso se perderá. Si no se usa en esa comida se gastará igualmente. ¿Cual es el coste entonces?

Y aquí es donde entra de veras el "coste de oportunidad": efectivamente, el tiempo se perderá, pero se perderá también cualquier otra cosa que podrías haber hecho con él, si no hubieras asistido a esa comida.

Siempre hay varias posibilidades de ocupar tu dinero, tu energía y, en cualquier caso, tu tiempo y tu vida. Algunas de ellas las ves y otras no puedes verlas aun. Elegirás en cada momento (o elegirán por tí), una de esas posibilidades y perderás para siempre todas las demás (desengáñate, no habrá una segunda oportunidad; las cosas en otro momento nunca serán las mismas, lo que pierdes lo pierdes).

"El coste de oportunidad de lo que haces
es la mejor oportunidad perdida por hacerlo"

Busca entre todas las posibilidades que tenías la que más te duele haber perdido...¡ese es tu coste de oportunidad! Eso es lo que te costó “la comida”.

Ahora traga saliva y decide, si puedes, en que vas a emplear el resto de tu vida.

sábado, mayo 12, 2007

Preguntas del despertar (II)

"No me dejes caer. Llévame a Lothorien". Petal J.Roberts
(Gandalf sobre el Gran Águila)

II

Esa pregunta a la que me refiero, formulada desde dos ángulos diferentes, fue: “¿sigues confundiendo lo que eres y lo que te sucede?”,”¿ tu biografía y tu sois aún la misma cosa?”

Lo que quería decirme a mi mismo era: ¿sigues pensando que eres tu quien hace las cosas, y que mereces por tanto, premios y castigos?. ¡Amigo!¡no eres nada!. Transitas en una máquina, un robot profundamente programado que se creó para ayudar a mantener funcionando todo ese enorme tinglado de ahí fuera. Estás en una máquina de mantenimiento, tío. ¡Dios sabe cómo y por qué te caíste ahí dentro!

Esa máquina no eres tú, aunque te hayas apropiado de su nombre durante todo este tiempo. No eres tú, pero quizá podría ser una parte de tu Trabajo.

La máquina en la que vives hará lo que tenga que hacer. Y lo hará contigo o sin tí, con tu atención o sin ella Tiene un cuerpo al que alimenta y cuida cada día, para alargar su funcionamiento lo más posible. Se fabricó además una programación compleja, a la que llama “ego”, con trozos de su experiencia y con lo que fue escuchando de padres, maestros, amigos. Ahora es autosuficiente y tu, como una chispa de conciencia, vives ahí dentro, soportando a esa máquina y su comportamiento, creyendo que mandas en ella. Pero no mandas. Si fumas, o bebes, o tienes cualquier otro profundo hábito que no deseas, y dices: “¡no lo haré más!”, la máquina se reirá en tu cara.

Solo conseguirás vencer, si es que vences, después de una terrible lucha.

III

No mandas. Eres solo un pasajero sentado en el asiento de atrás de un coche que no conduces. El que lleva el volante no es mal tío, ni bueno, es un fantasma normalito, de los del montón. Pero también es duro de oído y aún no reconoce tu voz. Tendrás que gritar más fuerte si es que quieres que te haga caso.

De pronto un día te descubres, descubres al robot, siendo cruel, y mezquino, y torpe con algún otro al que decías querer. Y ves el dolor que causa esa máquina fuera y dentro de tí mismo. Y sientes algo así como cuando por descuido se te escapa el perro y, en su terror animal, muerde hasta la sangre al inocente que está más próximo. No has sido tú, ya lo se, pero eres responsable, en parte, de los dos dolores: del dolor que muerde y del dolor mordido. Y entonces encuentras el motivo y la fuerza para gritar al fantasma e ir convirtiéndole, poco a poco, en un oído fino a la razón ilógica, en una mano dócil para el amor despiadado.

Quizá haya una posibilidad, tal vez la haya, de que algún día ese volante puedas conducirlo tu.

Otra forma de hacer la pregunta a la que me refiero es: “¿estoy despierto o dormido?”."¿Vivo despierto en un sueño o sueño dormido en la luz?".

viernes, mayo 11, 2007

Preguntas del despertar (I)

Autorretrato con los ojos abiertos. Rembrandt

I

Hay muchas preguntas, de muchas clases. Puedes hacérselas a otro o guardarlas para ti. Sea como sea muy pronto te llegarán respuestas que matarán, de un golpe, a tu pregunta. La matarán apenas la vean, sin desentrañarla, sin desenvolverla, sin contestarla realmente. Y tu, con esa sabiduría falsa, o inútil, recién adquirida, volverás a la tibia felicidad a la que te condena la costumbre, la triste felicidad del funcionamiento automático, sin fricciones, la felicidad del sueño continuado y, por fin, del olvido.

Un día hubo para mí una pregunta entre las preguntas, una pregunta madre, una pregunta origen, algo que lo cambió todo sin, aparentemente, cambiar nada. Una pregunta que me dirigí a mí mismo, porque pensé que los demás no podrían comprenderla. Al menos, no la entenderían a la manera en que la comprendía yo. Tampoco notarían diferencia alguna en sus vidas según fuera una u otra mi respuesta.

Sin embargo, desde ese día, lo primero que busco en las personas es una señal de si alguna vez se hicieron una pregunta parecida. Si se la hicieron les pongo a un lado y, si no, al otro. Desde entonces, para mi, la Humanidad está dividida.

Los dos grupos son, en realidad, especies distintas. No hay buenos ni malos, pero una cosa no es igual que otra. Los leones y las cebras en el fondo no se entienden, aunque se reúnan, a menudo, para cenar. O estás en un sitio o estás en el otro.

miércoles, abril 25, 2007

Árboles del Cielo


A veces nos quedamos parados en mitad de una palabra. El sonido nos aletea aún junto al oído, pero lo que estábamos diciendo carece ya de significado. Y entonces nos callamos, y seguimos caminando sin hacer ruido. Los amigos antiguos, los camaradas, y ella misma, la que cargaba con nuestro amor, se quedan en el camino, como hermosas hojas caídas de un árbol que se durmió.

¡Todo ocurre tan deprisa! Es como un relámpago, como recibir un disparo a bocajarro, en mitad justo de la frente. Escuchas el estampido cuando ya estás muerto. Y ¿cómo averiguar entonces los motivos que tuvo el rayo para llegar?¿como saber quien es en verdad la madre de todas mis batallas, de donde vengo y por qué me voy?

A veces nos quedamos parados en mitad de una palabra, como si acabáramos de caer desde lo alto, espantando así a algún otro que ocupaba nuestro lugar. ¿Dónde estábamos durante este tiempo?¿y quien era ese que hablaba aquí, en el tono de quien lo sabe todo, ocupando nuestro cuerpo, nuestro nombre y nuestro sitio? Me equivocaba. Llegué a creer que este primate humano era yo, y tanto me empeñé en soñarlo, que me quedé dormido de pie, en medio del campo vacío, entre el hombre y el vegetal, entre el rojo de la sangre y de las amapolas.

Y tu, hombre o mujer, o nube que bailas con las nubes, si no sabes de que hablo pasa de largo y no me hagas caso ¡quizá es mejor así
!

domingo, abril 15, 2007

Opuestos

La Gran Ola en un Abanico. Hokusai

Lo opuesto al bien no es el mal, sino un bien distinto y quizá, solo quizá, incompatible con el primero.

El opuesto no es el extraño, sino el hermano. Para ser opuestos hay que estar fabricados de la misma cosa. Ser opuestos es estar sentados a la misma mesa, cada uno en un extremo.

El calor y el frío nacieron de la misma madre y sus diferencias son solo cuestión de crecimiento: el uno es el hijo mayor y el otro es el más pequeño.

Las palabras son engañosas. Para hablar de opuestos deberíamos usar los números. Por ejemplo: temperatura menos uno-temperatura treinta y siete, y así con todo.

¿Por qué cargar a los seres con el peso de nuestros juicios? ¡Todo es tan relativo! Sin este cuerpo de hombre, ¿que sentido tienen el lenguaje, la medida, la lógica y las demás cosas?

No lloro por mis opuestos. Ellos y yo vivimos siempre abrazados en el amor y en la guerra. Pero añoro lo que me es extraño, lo que no conozco, lo que aun no he hallado. Solo suspiro por lo que jamás llegaré a comprender. Fuego somos, y anhelamos ante todo, poder acariciar el agua.

No me resigno, y paso mis días construyendo puentes, tal vez hacia ningún sitio.

Grande. Hokusai

viernes, abril 13, 2007

Motivos

Flores de Timur. Roerich

Somos porque somos, sin más justificación. Nuestros motivos vienen después y no antes. Al llegar al presente lo encontramos vacío, como un pintor frente a un cuadro en blanco. En la obra de arte que es el existir, ¿quién puede afirmar que es mejor usar el rojo en vez del azul claro?

En la pared vertical del presente los motivos son los clavos que coloca la mente después de haber ya pasado. Nuestros pies no se apoyaron en ellos para subir este abismo creciente del tiempo. No tenían miedo de caer desde su altura de veinte, treinta, cuarenta años…. ¿Hacia donde podrían hacerlo? ¿Y quién es capaz de decir que una vida es mejor o peor que cualquier otra?

Pero la mente si teme. Necesita saber que se dirige hacia algún sitio. Necesita creer que todo tiene un sentido. Y construye cada día marionetas de papel, casitas de barro, primorosas miniaturas en las que todo encaja perfectamente.

La mente es una flor, y el orden su perfume.

Camino por la inmensidad de la vida, con esa pequeña flor en un bolsillo de la camisa. Siento su perfume, sobre el corazón.

miércoles, abril 11, 2007

Un planeta de corazones innumerables

Los dos cielos

Vivimos a la vez en muchas dimensiones.

Como ese alto edificio a lo lejos, más allá de esta ventana donde llora su nostalgia el día, existimos simultáneamente en todas y cada una de nuestras alturas, envueltos por remolinos de papeles y hojas secas, enredados en el vuelo de las palomas. Como el monte que respira en su cumbre el espacio luminoso y helado, y se sumerge hasta las rodillas en el aire polvoriento del valle, mientras la húmeda mano de la niebla se apoya, amorosa, en su cintura. Vivimos con el sol y el viento, y la tierra y el agua. Una parte de nosotros camina por los infiernos, otra vive en el paraiso, otra es hombre y otra es sueño, y aun hay otra y otra ...

Al pasillo y la escalera para ir de un mundo a otro lo llamamos magia. Y a la capacidad de darnos cuenta de que transitamos por ellos, consciencia.

Pero, frecuentemente, la consciencia falta. A veces he creído ver edificios enteros habitados por fantasmas, y calles, y barrios, y ciudades… Multitudes y masas dormidas, como ganado, anchas extensiones de humanidad sin un solo hombre real en ellas, que pueda darse cuenta de que las cosas son. Dios se queda ciego, cuando el Hombre falta.

He visto como hay gente que hace hablar al ángel de su cabeza o de su corazón con la misma voz que a la bestia de sus pezuñas. Y he visto a otros destilar dolor de sus corazones, como gotas de agua pura, mientras en los hocicos les humeaba la rabia roja.

Vivimos a la vez en muchas dimensiones. Cada uno de nosotros no es solo un hombre o una mujer, sino todo un pueblo, una nación entera. Mi cuerpo no es solo cuerpo, sino un territorio; quizás, el único mundo que conozco.

¿Y cómo hallar la unidad en mi? Tal vez con la música. Una música sagrada que haga bailar a la multitud que soy y que no soy, como una ola. Un solo ritmo, un latido.

Como dice Neruda en mi recuerdo, o quizá en mi olvido:

“Es un río, río de sombra,
es un planeta de pequeños corazones innumerables


viernes, marzo 30, 2007

Viaje

Senda hacia el Shambhala. Roerich.



Salgo de viaje.

Miro las cosas por última vez.



¿Quien volverá,

con mi nombre?

jueves, marzo 29, 2007

Visiones del subterráneo

Metro de Madrid

I

En el suburbano de esta ciudad hay ciertas estaciones en donde las líneas del metro se cruzan. Parece como si cada una, en la soledad de los subterráneos, quisiera permanecer en contacto con las demás, tocarlas aunque solo fuera con la punta de los dedos. O disponer quizás de un punto de recuerdo al que volver de vez en cuando, para así no sentirse tan solas. En las grandes estaciones las manos de los caminos se juntan.

Estos lugares son largas extensiones de pasillos y escaleras por donde en las horas punta se vuelcan mareas humanas que vienen y van como por dos cauces de río que fluyeran a la vez separados y contiguos. Pero no son dos, sino un solo río circular que viene y va hacia los bordes de si mismo.

Y aquí estoy ahora, en una de esas estaciones, en una de esas corrientes, luchando por la consciencia, con la cabeza sobre el agua como un corcho que flota.

He dado vuelta a una esquina y me encuentro frente a un largo pasillo. Es como si se me hubiera tragado un enorme gusano, con sangre de neon en las venas y carne de azulejos blancos.

Camino despacio volviendo hacia la luz del sol. A izquierda y derecha dos bandas metálicas, una que va y otra que viene, arrastran consigo a multitudes tan numerosas que al mirar sus rostros me sacude el vértigo.



II

En el momento en que vuelvo la esquina un músico se pone a tocar. Le veo un instante, al pasar, en el único rincón del pasillo al que la corriente no llega. Coloca un pequeño disco en un aparato con dos altavoces y toma en sus manos, con mucho cuidado, un viejo violín de color oscuro.

Suena Vivaldi, de fuego y agua. Arranca como si reventara de pronto una granada color de oro, sembrando el aire con el vuelo de sus semillas rojas y blancas.

Es como si alguien hubiera apretado un interruptor, y encendido el mundo. Todo nace. Veo de pronto que las dos cintas metálicas arrastran las multitudes con velocidad perfecta. En cada una de las corrientes se mueven cientos de seres, pero todos parecen marchar con un mismo son, cada río hacía su sitio. Los centenares de luces del techo pasan también con su ritmo exacto, ni rápido ni lento, y los anuncios en las paredes, y el latir del corazón, y la música, y los pensamientos...

Cada una de las multitudes: la de los seres de carne y sangre, la de las burbujas de luz, la de las ondas de sonido y pensamiento, tiene su propia música.

Y cada uno de los seres que las forman tiene también la suya. Miles de corazones, como gotas, dentro de una ola única. Hagan lo que hagan, está bien. La corriente mayor les abraza como son y les une, brusca y dulce, con los demás hermanos.


Metro Mantis


III

Durante un tiempo se oye el violín, como si alzara el vuelo sobre las cosas. Su sonido es como el cielo de enero, claro y seco, tan puro que, al querer besar tus ojos, les hace llorar. Es como si su voz fuera el centro del frío. A su contacto el aire, y los seres dentro del aire, se vuelven de cristal y hielo, como un lago que se congelase sobre un pueblo recién sumergido.

El violín lo envuelve todo y lo sostiene, vibrando en el aire. Levanta un delicado mundo de espejos sobre el vacío y soporta su temblar hasta que todo se derrumba y se hace añicos entre sus cuerdas.

La Muerte que viene, un instante de silencio pasa y luego, con un hormigueo de diminutas notas, como si el viento jugara entre las hierbas, el mundo comienza a brotar de nuevo.

Por un momento todo lo veo en su complejidad y, a la vez, como si solo existiera un Ser en toda la extensión del Mundo.

Algo le ocurrió a mi cabeza en mitad de aquellos túneles: el pensamiento saltó en pedazos, cuando las cosas que le llegaban fueron tantas que los nombres se le acabaron. Solo me queda ya un escalofrío que me recorre el cuerpo y se queda prendido en mi pecho y en mi nuca, como un niño despavorido que se acurrucara entre mis brazos.

¿Qué soy yo?¿Quien soy? Esas preguntas han dejado, por un momento, de tener sentido. No hay tiempo para hacerlas, ni mucho menos para buscar respuestas.

Cuando la Vida lo está llenando todo, no queda sitio en el instante para pensar.

miércoles, marzo 28, 2007

Puentes

Golden Gate

Primavera.

Bajo el tibio sol han dejado de nevar las flores de los almendros.

¡Hay tantos motivos para el asombro! Y cada uno de ellos es una puerta abierta en este mundo gris, una puerta a otro universo que se halla también aquí, encerrado en el aire, como el corazón incendiado de un fruto maravilloso: la piel y la carne en la realidad, y las semillas en el milagro.

Hay puertas a otros mundos que se abren con un simple roce, con un choque casual entre dos cuerpos. Mundos que tienen un dueño, o al menos un creador, mundos de mujer y de hombre.

* * *
El otro día, cuando acababa de pagar una pequeña compra en la caja del FNAC y me encontraba ya preparándome para la marcha, sentí un roce muy leve en el codo izquierdo. Si los pájaros nos llamaran, nos llamarían así. Dos muchachos estaban pagando ahora, junto a mi y uno de ellos me había tocado el brazo. Quería advertirme de que interrumpía el paso a una limpiadora y a su carrito, un gran objeto azul lleno de cepillos y de esponjas. Todo sucedió en un instante. El roce del chico, el carrito que pasó por detrás mío, antes siquiera de que yo lo hubiera advertido, y un fuerte sentimiento de agresividad que brotó de pronto en mi, como surgido de la nada, violento y súbito, inesperado como una explosión.

El roce había sido muy suave, la expresión del chico nada decía que pudiera haberme ofendido, y aunque su rostro no era agradable ni siquiera me miraba a mí, sino al carrito pasando. Y sin embargo, donde antes había serenidad y agradecimiento por el libro recién comprado, ahora ardía una ira indeterminada, un ansia de pelea planeando como un buitre y buscando en donde aterrizar.

Al poco rato, y aun perplejo, comprendí. La rabia no era mía, había venido con aquel roce. Ese muchacho la fabricó y la rabia pasó a mi como pasa el incendio de un árbol a otro.

Hay puertas a otros mundos que se abren con un simple roce y puertas que no se abrirán ni siquiera a martillazos.

A algunos nos es más fácil olvidar los golpes, que los besos. Ahora comprendo por qué.

lunes, marzo 26, 2007

Cielo y Tierra

La lucha por el estandarte. Leonardo de Vinci (copia de Rubens)

Camino por la ciudad. Hay miles de seres, y cada rostro es distinto. Para el negro dios es negro, y para el mestizo, mestizo. Entro a comprar una bombilla y me entero por el que atiende que el Ser Supremo es electricista. A la salida me gritan desde un taxi que no, que dios nació en Madrid y siempre ha sido taxista.

El viento dice “se fluido y vuelve” y la tierra: “se compacto y quédate”. Pero yo se que cada uno habla solo de sí mismo, de su naturaleza y de sus maneras. El mundo no puede ser viento o tierra solo. Cada cual tiene su trabajo y su destino y adapta su forma a él. De niños es pretender que los demás sean igual que tú. Un mundo así, no se sostiene.

Agradezco al viento y a la tierra por ser cada uno lo que es. Los escucho y los abrazo, siempre lo haré si puedo, pero no los sigo.

Ellos tienen su trabajo y su camino.... y yo tengo el mío
.

domingo, marzo 25, 2007

Recordatorio


Unión mística (detalle). Johfra

No me dejaré engañar por la calma aparente. Por ningún motivo pensaré que mi vida está ya perdida o justificada.

Vivo cuando siento la sacudida eléctrica, como un rayo que nace en el centro de la nube, ahora, en mitad del vacío.
Lo demás no es vivir, sino quedarse esperando la vida.

Nada va a llegar jamás, salvo lo que ya está aquí.

Sabré que estoy dormido siempre que no me sienta vivir, ardiendo, en mitad del milagro.

Fenix.Johfra

sábado, marzo 24, 2007

Vivir de palabras (III)

Un Castillo en los Pirineos. Magritte


III



Y esta es, frecuentemente, nuestra historia. Bebemos del café flojo, mil veces repetido, y no en el relámpago espontáneo, helado y ardiente de la vida. En cada instante hay un nacer y hay una muerte, y a ambos nos los perdemos. En nuestra soberbia, no admitimos siquiera la simple verdad: que somos ignorantes, que vivimos en un mundo insustancial, construido casi enteramente de palabras, y por cuyos mecanismos nos deslizamos velozmente y sin fricción, como en patines sobre el hielo. Y, ante todo, que en nuestra pereza y en nuestro miedo nos hemos olvidado, tal vez ya para siempre, de que esta clase de vida que llevamos no es real.

Aún así, al hablar de cosas exteriores y físicas, tal vez existe redención. Quizá podríamos tener alguna oportunidad de autentico conocimiento. Podríamos sufrir una crisis de humildad, por ejemplo, y acabar reconociendo, en nuestro dolor, que aunque mucho hablamos, nada sabemos. Y así, liberados provisionalmente de la cárcel de la vanidad, tendríamos ocasión de experimentar, en su profundidad, el mundo y las cosas.

* * *
En las cosas de fuera tal vez, pero ¿qué ocurrirá con los fenómenos esenciales de la vida, esos procesos interiores que nos definen como seres humanos y sin los cuales no somos nada?¿como saber si hemos experimentado alguna vez el amor real, la libertad real, la iluminación real, la sabiduría real? ¿como conocer si al decir amor, por ejemplo, dos personas distintas se refieren a lo mismo?¿sabemos la diferencia entre pensar que amamos y amar? ¿No es sospechoso que siempre, y en todo lo que nos es particular, vivamos envueltos en nuestros pensamientos, rodeados por un enjambre de sílabas inarticuladas?

¿Cómo saber si estamos viviendo una vida auténtica o si solo nos debatimos inútilmente enredados entre sueños y palabras, mientras la araña de la muerte espera a clavarnos su colmillo? ¿Cómo saber si vivimos en el mundo, con todo el Ser, o solo residimos en un rincón imaginario, en el sótano de nuestra cabeza?

A veces, en mi soñar despierto, siento un sospechoso olor a tierra y humedad, siento que en el pelo se me han quedado prendidos restos de telarañas, siento que me falta espacio alrededor, y luz, y que si alzo la mano en la oscuridad, hacia cualquier parte que sea pronto podría tocar una pared tan espesa como la piedra. No se escucha el menor sonido. Parece que vivo ciego, en un espacio cerrado en el centro mismo de la tierra.

¿Será esto un sótano? ¿habrá otra forma de vivir que no sea esta? Si hay salida ¿donde está?

viernes, marzo 23, 2007

Vivir de palabras (II)

La Llave de los Campos. Magritte.

II

Si tenemos la experiencia de una cosa, las palabras que la nombran nos sirven para repetir, de forma muy amortiguada, esa experiencia que tuvimos con la cosa misma. Ella y yo, fundidos en un instante que pareció congelarse y al que se puede acceder como quien alcanza un libro.

Al recordar ya no interaccionamos con los seres de ahí fuera, es verdad, sino con nuestra memoria de ellos, recién despierta al escuchar sus nombres. Pero esta no es ni mucho menos una experiencia comparable a la primera. Por lo demás, repetir una y otra vez este proceso de puras palabras, sin hacer de nuevo el amor con las cosas mismas, es como beber un café mil veces vuelto a colar.

Si no tenemos la memoria, o si esa memoria ya está gastada, daremos un significado a las palabras que no es real. Si nunca he fumado en pipa, al ver la imagen de una o escuchar su nombre, lo rellenaré con un significado que no le es propio (no tengo el sabor del tabaco en mi garganta, ni el calor de la madera en mi mano, ni el gusto amargo de una gotita de nicotina que se mezcla con mi saliva…) El significado atribuido producirá, lógicamente, una experiencia pobre e irreal.

Este tipo de existencia, mitad ensoñación y mitad olvido es, con frecuencia, el único material con el que construimos la vida.

miércoles, marzo 21, 2007

Vivir de palabras (I)

Esto no es una pipa. Magritte

ESTO NO ES UNA PIPA

I

La primera vez que tuve noticia de esta obra, y también un vago atisbo de lo que podía significar, fue una tarde en la que mi padre me dijo: “No entiendo el arte moderno, ni lo entenderé nunca. A veces es incomprensible y a veces absurdo, ¡como esa obra en la que se ve una pipa y pone debajo: esto no es una pipa!”

Yo, el niño sabihondo, no supe entonces que decir. Me hubiera gustado discutir a mi padre, como de costumbre, pero no encontraba motivo. Aparentemente, y por esta vez, mi padre tenía razón ¿Cómo se puede mostrar una pipa y decir, al mismo tiempo, que eso no es una pipa?

* * *

Evidentemente no era una pipa, ni lo ha llegado a ser con los años, por muchas veces que la haya mirado. No es una pipa, sino su representación, que es algo muy diferente. No se la puede llenar de tabaco, encenderla y, sobre todo, no se puede fumar con ella. Sin embargo, si esa imagen se imprimiera sobre papel, se podría plegar y usar como un marcapáginas o hacer una pajarita multicolor sobre la que la imaginación montaría como sobre un caballo, o sencillamente, podría usarse para recordar lo que una vez sentimos al vivir el instante junto a una pipa “real”.

Esto, evidentemente, no es una pipa, del mismo modo que las palabras no son las cosas que representan.

Al decir “te amo”, y aunque crea que soy sincero, no por ello te estoy amando en realidad. El decir “te amo” es cosa del cerebro y de la lengua, dos vísceras al fin y al cabo, y solo una parte pequeña del ser humano completo.

Para amar hay primero que “fabricar” el amor con todo el cuerpo, con todo el Ser, cocerlo en el centro del pecho y, por fin, entregarlo como se entrega un pan, una hogaza redonda de pan dorado, de miga tan fina y cálida como la luz.

sábado, marzo 17, 2007

Trabajo sobre si mismo (II)

Cristo de San Juan de la Cruz. Dalí


II

Creí que tendría que construir mi vida entera de la nada, pero no era verdad. La vida, como sucesión de acontecimientos, se construye por sí misma sin atender a nuestros deseos o a nuestras plegarias. Lo que hay que construir, de alguna forma, es al ser que la contempla y que la vive, del mismo modo que se vive un viaje en tren del que uno no es el conductor. Aún así, vista solo a medias, la magnitud de mi tarea me asustaba.

Acudí a mis maestros en busca de consuelo y de consejo. Y ellos me dieron a comer de lo que tenían, que a decir verdad era bien poco y revuelto todo en sueños y superstición. Me dijeron, para mi asombro, si es que les entendí bien, que no me tenía que preocupar de nada, salvo de rezar, porque todo lo que se podía hacer en el mundo, ya estaba hecho. Alguien nos había salvado, sin yo saberlo, y a nosotros solo nos quedaba esperar a morir y, en tanto, ser buenos, para así no estropear el milagro.

Yo pensaba: “¿Y por qué motivo ese tal Cristo, (¿o se llamaba Buda?), tuvo que hacer en mi lugar lo que yo puedo realizar por mi mismo?. ¿Qué falta cometió para sufrir más que ninguno?¿Acaso no tuvo dos manos, como tengo yo?¿Por qué motivo ha de pagar nadie mis deudas?¿Es esto la justicia de Dios?”.

No comprendía entonces, ni mis maestros tampoco, que Cristo no es una persona, sino una multitud, una nueva especie, por así decirlo. O, si se quiere, un estado de existencia para el ser humano: el del hombre en contacto consciente con Dios. Está el primate, del que surge el hombre y ciertos simios, y luego viene el hombre, del que proceden las personas vulgares y los cristos. Como el agua tiene tres estados, sólido, líquido y gas, el hombre tiene también estos tres: hombre animal, hombre vulgar y cristo.

Mis mayores no comprendían que la buena nueva no es que una vez viviera un judío llamado Jesús, sino el hecho de que su existencia prueba que es posible para los hombres, y en concreto para aquel en el que vivo yo, trascender su lamentable condición y convertirse en cristo (o buda), en un hombre mas cercano a Dios que al animal del que procede. O quizá mucho más aún, quizá es posible para el hombre entrar en simbiosis con Dios.

El camino a seguir, según parece, pasa por la corona de espinas y acaba siempre en la Cruz.


viernes, marzo 16, 2007

Trabajo sobre si mismo (I)



I


Cuando aún era un niño, pasito a paso a la adolescencia, me atormentaba frecuentemente la misma visión. La de mí mismo, ya en la cincuentena, volviendo los ojos atrás, a mi vida pasada, solo para lamentar las cosas que no había hecho en ella, y que ya no tendría la oportunidad de hacer (para aquel niño, el haber cumplido los cincuenta debía ser algo así como sufrir de tetraplejia).

Había oído decir, en cierta charla vespertina, que si la música no se aprende antes de los siete, ya nunca se aprenderá. Y me preguntaba, con angustia, cuántas puertas, como la música, se cierran definitivamente para el hombre que no ha alcanzado, a tiempo, a cruzar su umbral.

Pensaba entonces, y en parte todavía lo pienso, que la vida era fabricarse un yo, y extenderlo en el tapiz del tiempo para poder observarlo. Mi biografía sería, en fin, una especie de inventario detallado de mi mismo para que, en la muerte (que lejos parecía), pudiera pasar completo y entero al Paraíso sin dejar olvidada detrás ninguna parte de mí.

Me miraba, de niño, como un Livingstone que observara un mapa del África sin explorar, un enorme territorio en blanco, todavía sin nombre ni imagen con qué habitar en la lengua y la mirada.

Por aquella época, además, alguien me regaló una frase, profunda y dorada, como una mina de oro:

“Se necesita de todo, para construir un mundo”

martes, marzo 13, 2007

Eternidades

Lluvia, vapor y velocidad. Turner


Viajo a través de la infinita Creación. Travesía en solitario. Tan fácil o tan difícil como cruzar la calle. Fugaz y eterno. No la cruzas una vez, sino una vez y otra, y tal vez te sueñas a ti mismo siempre cruzando esa misma calle.

En esta parte de la travesía parece como si el barco no se moviera. Alrededor hay un mar en calma en el que el agua, el cielo y la luz parecen mezclarse.

Y sin embargo, de cuando en cuando, es como si el barco atravesase un banco de niebla envenenada. O quizá es el hedor del propio casco que, lentamente, se pudre y se va convirtiendo en mar
.

domingo, marzo 11, 2007

Conocimiento de juego y de curación (II)

Puesta de Sol en Marte. NASA


III

Si tu eres una de esas ovejas negras, buscadora de extraños pastos, permíteme una advertencia. La mayor parte de los conocimientos que encontrarás, como sabes, son inútiles. Pero cuando encuentres conocimientos de poder, ¡cuidado!. Algunos son medicina y otros son poderosos narcóticos.

Los conocimientos narcótico los reconocerás fácilmente, porque todos son calmantes. Están bien por un tiempo, hasta que te cansas de que tras un periodo de tranquilidad, que cada vez se te hace más corto, la insatisfacción vuelva más y más fortalecida.


Esos conocimientos son pastillas para dormir, no auténticas medicinas. Te devuelven temporalmente a la “normalidad”, te hacen sentir una falsa paz en el alma. Miras durante un tiempo a otra parte, a una especie de mundo luminoso en el que todo está bien y en el cual tu pareces quedar, a la vez, olvidado y fundido con el Todo. Te dan la sensación de que has llegado, de golpe y sin esfuerzo, a la cúspide de la perfección. Pero no es cierto.

Si miras con cuidado verás que no todo está bien, pues no consigues hacer permanentes esos momentos de plenitud y de maravilla. Y es que la raíz del descontento sigue ahí, en tu alma. Y ahí continuará hasta que, mediante el trabajo sobre tí mismo, sea arrancada o transformada en luz.

Estas medicinas-somnífero están hechas en general, de “conocimientos-armonía”, de prácticas de relajación, y su producto principal es “la calma pasajera”. Frecuentemente hablan de "amor universal", pero olvidan el amor, y tambien la compasión, tomados "de uno en uno".

Es verdad que, antes que nada, hay que traer el silencio al interior y hacer que la mente parlanchina deje de hablar. Pero una vez conseguido eso, hay que ponerse al trabajo. Este no es el final de todo, sino el principio.

No hay paz posible antes de la guerra, ni descanso antes de trabajar. Solo podrá llegar después, si es que llega. Porque quizá después, la paz y la felicidad personales ya no sean lo más importante.

Conocimiento de juego y de curación (I)

Sol y Luna



El invierno de nuestro descontento

Now is the winter of our discontent
Made glorious summer by this sun of York

Shakespeare, Ricardo III

(Ahora es el invierno de nuestro descontento,
convertido en glorioso verano por este sol de York)



I


Hay una gran distancia entre entender (con la mente) y comprender (con todo el ser), la misma que entre el dicho y el hecho, la misma que entre el conocimiento presuntuoso y vacío y el conocimiento que te transforma.

Quien está contento, en el fondo, consigo mismo y con el mundo respeta las reglas del juego y se convierte gustosamente en una pieza del engranaje. Una pieza lo más dorada posible, eso sí, para destacar con fuerza de los demás, para tener más, para ser más apreciado y más querido. Sus dolores e incomodidades son, desde entonces, siempre relativos: sufre por tener menos que otro, por ser menos querido que otro, por alcanzar menos éxito que otro. Para estos seres el conocimiento es solo un medio y las palabras no valen tanto por la sabiduría y el poder que encierran sino por el éxito que son capaces de atraer de fuera.

El que no está contento, sin embargo, ni consigo mismo ni con lo que le rodea, no puede sentir consuelo al compararse con el vecino. Somos todos habitantes de un pequeño pueblecito: el que más posee tiene una vaca y el que menos, un perrillo.

Si sufres de un fuerte dolor de muelas no te consuelas y quedas tranquilo sólo con ver que otro se acaba de romper las piernas. Al contrario, si tienes aún sensibilidad te alterarás más todavía comprendiendo que lo que te rodea se parece más a un infierno que a un paraíso.


II


El que no está contento se encuentra solo en medio de un mundo autocomplaciente, un mundo que acepta las cosas como son incluso cuando se queja, incluso cuando las cambia en la forma para que en el fondo no cambie nada. Se descubre convertido no en un enemigo del sistema, sino más bien en un extraño, en alguien totalmente inasimilable. Vive aquí sin ser de aquí, se reúne con las demás personas y realiza los mismos actos, pero sus motivos son completamente distintos. Es un ser al que le duelen las piernas rotas del alma, y todo su empeño es buscar un remedio. Un remedio para sí mismo, pues el dolor y el placer, al parecer, son solo suyos.

Así, buscará un conocimiento que le cure, no que le proporcione palabras para la conversación, anhelando aquella sabiduría que tenga un poder de transformación para así, finalmente, incorporarla a si mismo y quedar sano.