sábado, enero 27, 2007

Virgo




Zodiaco de Johfra. Virgo

I

No nos dejemos llevar por la imaginación. Atengámonos a la realidad, a lo que percibe este cuerpo, sea con los sentidos externos, sea con el presentimiento interior. Que la mente limpie los datos de toda especulación, los clasifique y ordene sin añadir nada. Si lo hace así, bastará luego con una mirada para saber. El conocimiento llegará sin ningún esfuerzo. Se modesto. No es preciso disponer de grandes medios ni hacer un gran derroche. El menor detalle es inmenso, el mundo entero cabe en un grano de arroz.

Todo está sereno ahora. Todo tiene el olor de la vida normal. El tacto de la ropa planchada, los sonidos familiares del hogar, el esfuerzo de mover este cuerpo, el trabajoso ritual de lavarlo cada día, de protegerlo, de alimentarlo.

Los pequeños detalles rutinarios me proporcionan un sensación de seguridad. La rutina, si es consciente, no es más que permanecer para siempre en un proceso perfecto de existir.

Me molesta el desorden, y ver luego como la suciedad se va posando en los seres, como si sobre el hombro de las cosas descendiera el brazo de un falso amigo. No es por urbanidad, ni porque alguien me dijera un día que ser limpio y ser bueno son casi la misma cosa (no me hace falta ser bueno, me basta solo con ser). Del orden, del funcionamiento fluido y armónico de los seres en torno mío siento el mismo gozo interior que el mecánico cuando escucha ronronear el motor de un automóvil perfecto. Además, mi instinto me dice que las cosas sucias y las cosas limpias viven en mundos distintos. Aunque la cosa fuera la misma, no es igual estar en el infierno que en el paraíso.



II



¿Adonde se fue el lobo? Solo percibo en mi interior una débil llamita. O, mejor, una fuerte llamita diminuta, de tan lejana. Está tan honda, tan enterrada en el espacio interior, tan lejos dentro de mí, que la más pequeña bruma emocional la hace desaparecer, como la débil neblina oculta, a su capricho, el sol blanco de los inviernos. Sin embargo otras veces, en la distancia, percibo su fuerza. Este mundo interior es como el aire de enero, hecho de escarcha molida pero en el que, enterrado, creo percibir de cuando en cuando, como una promesa, el soplo cálido de la primavera.

Esperanza, esperanza. Parece imposible que en este vacío gris pueda nacer algún día la luz. Pero ahí dentro está la llamita, creo, aunque hoy sea tan solo poco más real de lo que es un sueño.

No imaginemos, no imaginemos. No se si se trata de una llama, o de una luz, o acaso sea un soplo, poco mas denso que la nada... Lo percibo solo como un débil contacto, pero se que hay algo dentro de mi, la promesa del milagro. No de un milagro que ocurrirá, sino de un milagro que ocurre ahora, aquí mismo, en mi, y a la vez, profundamente lejos.


III


Vivo en un ser humano que guarda dentro de sí la promesa de un nacimiento. Después de la lucha del hombre y del lobo, que yo observaba dentro de mi sin tomar partido por el uno o por el otro, el lobo ya no es lobo, sino un niño pequeño y hermoso de ojos brillantes y redondos.

¿Como pude equivocarme tanto? ¿Cuantas veces tuve que lavarme la mirada y el corazón para poder verlo?¿cuantas tendré que lavármelas todavía en el agua y el fuego del llanto y el remordimiento?

El lobo ya no es lobo y el hombre ya no es hombre. Los dos se han dulcificado y, a la vez, se han hecho más sólidos. El hombre que luchaba pareció despertar. No vio ya a la fiera y bajó los brazos. Ahora está sentado y receptivo, y es hermoso como una mujer. Parece una virgen que observara, en su regazo, al niño que parecía un lobo. Y yo los miro a los dos en mi, y siento de pronto una paz profunda. La paz que brota, como el perfume, de un conocimiento inexorable.

Si Dios ha de bajar a mí, o yo subir hasta El, si algún día he de ver su Rostro y tocar su manto, será con las manos y los ojos de ese Niño que va a nacer. Hijo de Hombre, se llama. O quizá, el Hijo de la Mente.

Será así o no será. Esa parece ser la promesa.

Vuelvo a sentir la llama, la pequeña luz que baila en lo profundo.

¡Que no se apague tu llama! ¡Que no se apague jamás!

lunes, enero 15, 2007

De lobos y de hombres

Zodiaco de Johfra. Leo


El hombre lobo existe. Yo lo he visto.

Es una criatura extraña, mitad ángel, mitad animal. Ignoro quien o por qué los juntó. Probablemente el hombre estaba ahí en su pequeña nada y, cierto día, como pasa en los cuentos, un lobo llegó hasta él.

Ahora el hombre es guarida y el lobo morador.

El lobo es astuto, se oculta siempre. Nunca aparecerá mientras tu estés mirando. Aprovechará un momento en el que tengas la vista puesta en otra cosa y entonces, dará el zarpazo. Sus uñas rojas aparecerán por debajo de tu inocente sonrisa de hombre, por debajo de tus ojos claros, por detrás de tu limpio corazón.

Vive dentro de ti, oculto dentro de esa imagen de oro y de cristal, que llamas “mi personalidad”. Es un lugar cómodo porque esa estatua es grande y está hueca. Se metió ahí pues sabe que ese es el templo del dios al que adoras, el lugar más oscuro y seguro que podría encontrar en tí. Sabe que darías tu propia vida por evitar que ese espacio fuera profanado. Momento a momento, cuidadosamente, lo proteges de la luz de la realidad, pues sabes que una exposición continuada le destruiría. Golpearías, maldecirías, e incluso llegarías a matar a cualquiera, con tal de impedir que sufriera el menor rasguño ese dorado sueño tuyo, esa “personalidad”.

El lobo se alimenta de tu tiempo. No puedes usar tu vida en absoluto, pues el la necesita para sus carnicerías. Si deseas realizar cualquier cosa que salga de la rutina de adoración a esa “personalidad” de la que él es el alma, verás que te resulta imposible. Protestará el lobo, desde tu interior, de muchas formas y si ni aún así desistes, desviará tu atención de mil maneras, o hará que caiga sobre tí un sueño repentino, o que te desborde cualquier emoción violenta, o quizá te hará recordar algo que soplará definitivamente sobre tus ojos el olvido. Horas, días o meses después recordarás lo que quisiste hacer y no hiciste, pero ya habrá pasado su tiempo. Y eso si eres afortunado, porque lo más probable es que jamás recuerdes aquella ocasión en la que, ingenuo de ti, deseaste usar de esa libre voluntad que siempre presumías tener, y que nunca llegaste a saber que no tenías.

El lobo es el rey, es tu dios en la tierra. El mundo es su terreno de caza. Todo es suyo, todo es para el. Tiene derecho a provocar cualquier daño, a apropiarse de cualquier cosa, la necesite o no, a destruir, a desgarrar. Los demás solo son un juguete para sus caprichos. Si parece que se entristece por el mal de otros no es verdad. Le gusta pensar que es espiritual y sensible. Pero los demás no existen para él, son solo muñecos, espejos para su propio placer y su miedo. El dolor de los otros solo le interesa como premonición de lo que le podría ocurrir a él mismo. Como un feroz vampiro despoja al sufriente de toda sustancia y ocupa él su pellejo vacío, imaginando así lo que sentiría si le ocurriera a él mismo la desgracia que ahora sufre el otro. La compasión del lobo, frecuentemente, es solo miedo y en el mejor de los casos, agradecimiento de que el dolor pasara de largo, para saciarse en el corazón de otro.... “¡mejor tu que yo!”.