miércoles, abril 25, 2007

Árboles del Cielo


A veces nos quedamos parados en mitad de una palabra. El sonido nos aletea aún junto al oído, pero lo que estábamos diciendo carece ya de significado. Y entonces nos callamos, y seguimos caminando sin hacer ruido. Los amigos antiguos, los camaradas, y ella misma, la que cargaba con nuestro amor, se quedan en el camino, como hermosas hojas caídas de un árbol que se durmió.

¡Todo ocurre tan deprisa! Es como un relámpago, como recibir un disparo a bocajarro, en mitad justo de la frente. Escuchas el estampido cuando ya estás muerto. Y ¿cómo averiguar entonces los motivos que tuvo el rayo para llegar?¿como saber quien es en verdad la madre de todas mis batallas, de donde vengo y por qué me voy?

A veces nos quedamos parados en mitad de una palabra, como si acabáramos de caer desde lo alto, espantando así a algún otro que ocupaba nuestro lugar. ¿Dónde estábamos durante este tiempo?¿y quien era ese que hablaba aquí, en el tono de quien lo sabe todo, ocupando nuestro cuerpo, nuestro nombre y nuestro sitio? Me equivocaba. Llegué a creer que este primate humano era yo, y tanto me empeñé en soñarlo, que me quedé dormido de pie, en medio del campo vacío, entre el hombre y el vegetal, entre el rojo de la sangre y de las amapolas.

Y tu, hombre o mujer, o nube que bailas con las nubes, si no sabes de que hablo pasa de largo y no me hagas caso ¡quizá es mejor así
!

domingo, abril 15, 2007

Opuestos

La Gran Ola en un Abanico. Hokusai

Lo opuesto al bien no es el mal, sino un bien distinto y quizá, solo quizá, incompatible con el primero.

El opuesto no es el extraño, sino el hermano. Para ser opuestos hay que estar fabricados de la misma cosa. Ser opuestos es estar sentados a la misma mesa, cada uno en un extremo.

El calor y el frío nacieron de la misma madre y sus diferencias son solo cuestión de crecimiento: el uno es el hijo mayor y el otro es el más pequeño.

Las palabras son engañosas. Para hablar de opuestos deberíamos usar los números. Por ejemplo: temperatura menos uno-temperatura treinta y siete, y así con todo.

¿Por qué cargar a los seres con el peso de nuestros juicios? ¡Todo es tan relativo! Sin este cuerpo de hombre, ¿que sentido tienen el lenguaje, la medida, la lógica y las demás cosas?

No lloro por mis opuestos. Ellos y yo vivimos siempre abrazados en el amor y en la guerra. Pero añoro lo que me es extraño, lo que no conozco, lo que aun no he hallado. Solo suspiro por lo que jamás llegaré a comprender. Fuego somos, y anhelamos ante todo, poder acariciar el agua.

No me resigno, y paso mis días construyendo puentes, tal vez hacia ningún sitio.

Grande. Hokusai

viernes, abril 13, 2007

Motivos

Flores de Timur. Roerich

Somos porque somos, sin más justificación. Nuestros motivos vienen después y no antes. Al llegar al presente lo encontramos vacío, como un pintor frente a un cuadro en blanco. En la obra de arte que es el existir, ¿quién puede afirmar que es mejor usar el rojo en vez del azul claro?

En la pared vertical del presente los motivos son los clavos que coloca la mente después de haber ya pasado. Nuestros pies no se apoyaron en ellos para subir este abismo creciente del tiempo. No tenían miedo de caer desde su altura de veinte, treinta, cuarenta años…. ¿Hacia donde podrían hacerlo? ¿Y quién es capaz de decir que una vida es mejor o peor que cualquier otra?

Pero la mente si teme. Necesita saber que se dirige hacia algún sitio. Necesita creer que todo tiene un sentido. Y construye cada día marionetas de papel, casitas de barro, primorosas miniaturas en las que todo encaja perfectamente.

La mente es una flor, y el orden su perfume.

Camino por la inmensidad de la vida, con esa pequeña flor en un bolsillo de la camisa. Siento su perfume, sobre el corazón.

miércoles, abril 11, 2007

Un planeta de corazones innumerables

Los dos cielos

Vivimos a la vez en muchas dimensiones.

Como ese alto edificio a lo lejos, más allá de esta ventana donde llora su nostalgia el día, existimos simultáneamente en todas y cada una de nuestras alturas, envueltos por remolinos de papeles y hojas secas, enredados en el vuelo de las palomas. Como el monte que respira en su cumbre el espacio luminoso y helado, y se sumerge hasta las rodillas en el aire polvoriento del valle, mientras la húmeda mano de la niebla se apoya, amorosa, en su cintura. Vivimos con el sol y el viento, y la tierra y el agua. Una parte de nosotros camina por los infiernos, otra vive en el paraiso, otra es hombre y otra es sueño, y aun hay otra y otra ...

Al pasillo y la escalera para ir de un mundo a otro lo llamamos magia. Y a la capacidad de darnos cuenta de que transitamos por ellos, consciencia.

Pero, frecuentemente, la consciencia falta. A veces he creído ver edificios enteros habitados por fantasmas, y calles, y barrios, y ciudades… Multitudes y masas dormidas, como ganado, anchas extensiones de humanidad sin un solo hombre real en ellas, que pueda darse cuenta de que las cosas son. Dios se queda ciego, cuando el Hombre falta.

He visto como hay gente que hace hablar al ángel de su cabeza o de su corazón con la misma voz que a la bestia de sus pezuñas. Y he visto a otros destilar dolor de sus corazones, como gotas de agua pura, mientras en los hocicos les humeaba la rabia roja.

Vivimos a la vez en muchas dimensiones. Cada uno de nosotros no es solo un hombre o una mujer, sino todo un pueblo, una nación entera. Mi cuerpo no es solo cuerpo, sino un territorio; quizás, el único mundo que conozco.

¿Y cómo hallar la unidad en mi? Tal vez con la música. Una música sagrada que haga bailar a la multitud que soy y que no soy, como una ola. Un solo ritmo, un latido.

Como dice Neruda en mi recuerdo, o quizá en mi olvido:

“Es un río, río de sombra,
es un planeta de pequeños corazones innumerables