jueves, septiembre 13, 2007

Dialogos de ovejas

Blade Runner.


Todos esos momentos

se perderán en el tiempo.
Como lágrimas
en la lluvia.

Philip K. Dick. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Esta mañana, de camino al trabajo, me encontraba de pie, como casi siempre, apoyado en una de esas puertas del metro que nunca se abren durante el trayecto. Releía, por enésima vez, el capitulo 8 de MBH(*). A mi derecha, sentada, una mujer hojeaba uno de esos periódicos gratuitos que se reparten en la entrada a los viajeros. En las páginas que tenía abiertas en ese momento, se leía en grandes letras el siguiente título:

“¿Buscas la autenticidad? Fíjate en Katherine Hepburn”.

Por supuesto, allí no estaba K. Hepburn para que nos pudiéramos fijar en ella y, por no haber, no había en el escrito ni tan siquiera una foto suya, aunque fuera pequeñita.

Fue como si, de pronto, en esas horas tempranas en las que tanto aprecio los murmullos y los sonidos bajos, hubiera entrado en el vagón un payaso gritón, vestido de amarillo y haciendo piruetas. Sentí, de improviso, un atisbo de lo grande que es el peso del absurdo que soportamos cada día. El absurdo en el que vivimos, hablamos, comemos, dormimos y, literalmente, nos revolcamos.

“¿Buscas la autenticidad? Pues fíjate en la imagen mental del recuerdo que te ha quedado de esa mujer que viste en televisión, ya hace años, interpretando en blanco y negro películas que has olvidado”

Estuve a punto de decir en voz alta: “Que titulo más absurdo”, pero me contuve a tiempo.

¿Y si aquella mujer del periódico también veía la televisión y me contestaba “¿por qué absurdo?¡Caterin era una gran mujer!”?

¿Que hubiera podido contestar yo entonces? Hubiera tenido que sufrir de nuevo el cansancio de comprobar la impotencia de las palabras cuando se quiere salvar un abismo entre las conciencias.

Y luego habría tenido que fabricar de la nada la sonrisa, como hizo Dios con el Mundo, y entregársela a ella. Eso es lo más importante. Sonreír por dentro para evitar la dentellada de ese vacío entre los dos, que te arranca medio corazón y te deja frío y endurecido, contemplando al otro como si fuera un bicho. Sonrisa para curar la picadura venenosa del desprecio, que te deforma monstruosamente por dentro y te escupe luego, culpable y sucio, entre los animales.

Que triste, mejor callar cuando se sabe que la conversación no superará la primera sonrisa.

(*) La Máquina Biológica Humana como aparato de transformación. E.J.Gold