viernes, marzo 30, 2007

Viaje

Senda hacia el Shambhala. Roerich.



Salgo de viaje.

Miro las cosas por última vez.



¿Quien volverá,

con mi nombre?

jueves, marzo 29, 2007

Visiones del subterráneo

Metro de Madrid

I

En el suburbano de esta ciudad hay ciertas estaciones en donde las líneas del metro se cruzan. Parece como si cada una, en la soledad de los subterráneos, quisiera permanecer en contacto con las demás, tocarlas aunque solo fuera con la punta de los dedos. O disponer quizás de un punto de recuerdo al que volver de vez en cuando, para así no sentirse tan solas. En las grandes estaciones las manos de los caminos se juntan.

Estos lugares son largas extensiones de pasillos y escaleras por donde en las horas punta se vuelcan mareas humanas que vienen y van como por dos cauces de río que fluyeran a la vez separados y contiguos. Pero no son dos, sino un solo río circular que viene y va hacia los bordes de si mismo.

Y aquí estoy ahora, en una de esas estaciones, en una de esas corrientes, luchando por la consciencia, con la cabeza sobre el agua como un corcho que flota.

He dado vuelta a una esquina y me encuentro frente a un largo pasillo. Es como si se me hubiera tragado un enorme gusano, con sangre de neon en las venas y carne de azulejos blancos.

Camino despacio volviendo hacia la luz del sol. A izquierda y derecha dos bandas metálicas, una que va y otra que viene, arrastran consigo a multitudes tan numerosas que al mirar sus rostros me sacude el vértigo.



II

En el momento en que vuelvo la esquina un músico se pone a tocar. Le veo un instante, al pasar, en el único rincón del pasillo al que la corriente no llega. Coloca un pequeño disco en un aparato con dos altavoces y toma en sus manos, con mucho cuidado, un viejo violín de color oscuro.

Suena Vivaldi, de fuego y agua. Arranca como si reventara de pronto una granada color de oro, sembrando el aire con el vuelo de sus semillas rojas y blancas.

Es como si alguien hubiera apretado un interruptor, y encendido el mundo. Todo nace. Veo de pronto que las dos cintas metálicas arrastran las multitudes con velocidad perfecta. En cada una de las corrientes se mueven cientos de seres, pero todos parecen marchar con un mismo son, cada río hacía su sitio. Los centenares de luces del techo pasan también con su ritmo exacto, ni rápido ni lento, y los anuncios en las paredes, y el latir del corazón, y la música, y los pensamientos...

Cada una de las multitudes: la de los seres de carne y sangre, la de las burbujas de luz, la de las ondas de sonido y pensamiento, tiene su propia música.

Y cada uno de los seres que las forman tiene también la suya. Miles de corazones, como gotas, dentro de una ola única. Hagan lo que hagan, está bien. La corriente mayor les abraza como son y les une, brusca y dulce, con los demás hermanos.


Metro Mantis


III

Durante un tiempo se oye el violín, como si alzara el vuelo sobre las cosas. Su sonido es como el cielo de enero, claro y seco, tan puro que, al querer besar tus ojos, les hace llorar. Es como si su voz fuera el centro del frío. A su contacto el aire, y los seres dentro del aire, se vuelven de cristal y hielo, como un lago que se congelase sobre un pueblo recién sumergido.

El violín lo envuelve todo y lo sostiene, vibrando en el aire. Levanta un delicado mundo de espejos sobre el vacío y soporta su temblar hasta que todo se derrumba y se hace añicos entre sus cuerdas.

La Muerte que viene, un instante de silencio pasa y luego, con un hormigueo de diminutas notas, como si el viento jugara entre las hierbas, el mundo comienza a brotar de nuevo.

Por un momento todo lo veo en su complejidad y, a la vez, como si solo existiera un Ser en toda la extensión del Mundo.

Algo le ocurrió a mi cabeza en mitad de aquellos túneles: el pensamiento saltó en pedazos, cuando las cosas que le llegaban fueron tantas que los nombres se le acabaron. Solo me queda ya un escalofrío que me recorre el cuerpo y se queda prendido en mi pecho y en mi nuca, como un niño despavorido que se acurrucara entre mis brazos.

¿Qué soy yo?¿Quien soy? Esas preguntas han dejado, por un momento, de tener sentido. No hay tiempo para hacerlas, ni mucho menos para buscar respuestas.

Cuando la Vida lo está llenando todo, no queda sitio en el instante para pensar.

miércoles, marzo 28, 2007

Puentes

Golden Gate

Primavera.

Bajo el tibio sol han dejado de nevar las flores de los almendros.

¡Hay tantos motivos para el asombro! Y cada uno de ellos es una puerta abierta en este mundo gris, una puerta a otro universo que se halla también aquí, encerrado en el aire, como el corazón incendiado de un fruto maravilloso: la piel y la carne en la realidad, y las semillas en el milagro.

Hay puertas a otros mundos que se abren con un simple roce, con un choque casual entre dos cuerpos. Mundos que tienen un dueño, o al menos un creador, mundos de mujer y de hombre.

* * *
El otro día, cuando acababa de pagar una pequeña compra en la caja del FNAC y me encontraba ya preparándome para la marcha, sentí un roce muy leve en el codo izquierdo. Si los pájaros nos llamaran, nos llamarían así. Dos muchachos estaban pagando ahora, junto a mi y uno de ellos me había tocado el brazo. Quería advertirme de que interrumpía el paso a una limpiadora y a su carrito, un gran objeto azul lleno de cepillos y de esponjas. Todo sucedió en un instante. El roce del chico, el carrito que pasó por detrás mío, antes siquiera de que yo lo hubiera advertido, y un fuerte sentimiento de agresividad que brotó de pronto en mi, como surgido de la nada, violento y súbito, inesperado como una explosión.

El roce había sido muy suave, la expresión del chico nada decía que pudiera haberme ofendido, y aunque su rostro no era agradable ni siquiera me miraba a mí, sino al carrito pasando. Y sin embargo, donde antes había serenidad y agradecimiento por el libro recién comprado, ahora ardía una ira indeterminada, un ansia de pelea planeando como un buitre y buscando en donde aterrizar.

Al poco rato, y aun perplejo, comprendí. La rabia no era mía, había venido con aquel roce. Ese muchacho la fabricó y la rabia pasó a mi como pasa el incendio de un árbol a otro.

Hay puertas a otros mundos que se abren con un simple roce y puertas que no se abrirán ni siquiera a martillazos.

A algunos nos es más fácil olvidar los golpes, que los besos. Ahora comprendo por qué.

lunes, marzo 26, 2007

Cielo y Tierra

La lucha por el estandarte. Leonardo de Vinci (copia de Rubens)

Camino por la ciudad. Hay miles de seres, y cada rostro es distinto. Para el negro dios es negro, y para el mestizo, mestizo. Entro a comprar una bombilla y me entero por el que atiende que el Ser Supremo es electricista. A la salida me gritan desde un taxi que no, que dios nació en Madrid y siempre ha sido taxista.

El viento dice “se fluido y vuelve” y la tierra: “se compacto y quédate”. Pero yo se que cada uno habla solo de sí mismo, de su naturaleza y de sus maneras. El mundo no puede ser viento o tierra solo. Cada cual tiene su trabajo y su destino y adapta su forma a él. De niños es pretender que los demás sean igual que tú. Un mundo así, no se sostiene.

Agradezco al viento y a la tierra por ser cada uno lo que es. Los escucho y los abrazo, siempre lo haré si puedo, pero no los sigo.

Ellos tienen su trabajo y su camino.... y yo tengo el mío
.

domingo, marzo 25, 2007

Recordatorio


Unión mística (detalle). Johfra

No me dejaré engañar por la calma aparente. Por ningún motivo pensaré que mi vida está ya perdida o justificada.

Vivo cuando siento la sacudida eléctrica, como un rayo que nace en el centro de la nube, ahora, en mitad del vacío.
Lo demás no es vivir, sino quedarse esperando la vida.

Nada va a llegar jamás, salvo lo que ya está aquí.

Sabré que estoy dormido siempre que no me sienta vivir, ardiendo, en mitad del milagro.

Fenix.Johfra

sábado, marzo 24, 2007

Vivir de palabras (III)

Un Castillo en los Pirineos. Magritte


III



Y esta es, frecuentemente, nuestra historia. Bebemos del café flojo, mil veces repetido, y no en el relámpago espontáneo, helado y ardiente de la vida. En cada instante hay un nacer y hay una muerte, y a ambos nos los perdemos. En nuestra soberbia, no admitimos siquiera la simple verdad: que somos ignorantes, que vivimos en un mundo insustancial, construido casi enteramente de palabras, y por cuyos mecanismos nos deslizamos velozmente y sin fricción, como en patines sobre el hielo. Y, ante todo, que en nuestra pereza y en nuestro miedo nos hemos olvidado, tal vez ya para siempre, de que esta clase de vida que llevamos no es real.

Aún así, al hablar de cosas exteriores y físicas, tal vez existe redención. Quizá podríamos tener alguna oportunidad de autentico conocimiento. Podríamos sufrir una crisis de humildad, por ejemplo, y acabar reconociendo, en nuestro dolor, que aunque mucho hablamos, nada sabemos. Y así, liberados provisionalmente de la cárcel de la vanidad, tendríamos ocasión de experimentar, en su profundidad, el mundo y las cosas.

* * *
En las cosas de fuera tal vez, pero ¿qué ocurrirá con los fenómenos esenciales de la vida, esos procesos interiores que nos definen como seres humanos y sin los cuales no somos nada?¿como saber si hemos experimentado alguna vez el amor real, la libertad real, la iluminación real, la sabiduría real? ¿como conocer si al decir amor, por ejemplo, dos personas distintas se refieren a lo mismo?¿sabemos la diferencia entre pensar que amamos y amar? ¿No es sospechoso que siempre, y en todo lo que nos es particular, vivamos envueltos en nuestros pensamientos, rodeados por un enjambre de sílabas inarticuladas?

¿Cómo saber si estamos viviendo una vida auténtica o si solo nos debatimos inútilmente enredados entre sueños y palabras, mientras la araña de la muerte espera a clavarnos su colmillo? ¿Cómo saber si vivimos en el mundo, con todo el Ser, o solo residimos en un rincón imaginario, en el sótano de nuestra cabeza?

A veces, en mi soñar despierto, siento un sospechoso olor a tierra y humedad, siento que en el pelo se me han quedado prendidos restos de telarañas, siento que me falta espacio alrededor, y luz, y que si alzo la mano en la oscuridad, hacia cualquier parte que sea pronto podría tocar una pared tan espesa como la piedra. No se escucha el menor sonido. Parece que vivo ciego, en un espacio cerrado en el centro mismo de la tierra.

¿Será esto un sótano? ¿habrá otra forma de vivir que no sea esta? Si hay salida ¿donde está?

viernes, marzo 23, 2007

Vivir de palabras (II)

La Llave de los Campos. Magritte.

II

Si tenemos la experiencia de una cosa, las palabras que la nombran nos sirven para repetir, de forma muy amortiguada, esa experiencia que tuvimos con la cosa misma. Ella y yo, fundidos en un instante que pareció congelarse y al que se puede acceder como quien alcanza un libro.

Al recordar ya no interaccionamos con los seres de ahí fuera, es verdad, sino con nuestra memoria de ellos, recién despierta al escuchar sus nombres. Pero esta no es ni mucho menos una experiencia comparable a la primera. Por lo demás, repetir una y otra vez este proceso de puras palabras, sin hacer de nuevo el amor con las cosas mismas, es como beber un café mil veces vuelto a colar.

Si no tenemos la memoria, o si esa memoria ya está gastada, daremos un significado a las palabras que no es real. Si nunca he fumado en pipa, al ver la imagen de una o escuchar su nombre, lo rellenaré con un significado que no le es propio (no tengo el sabor del tabaco en mi garganta, ni el calor de la madera en mi mano, ni el gusto amargo de una gotita de nicotina que se mezcla con mi saliva…) El significado atribuido producirá, lógicamente, una experiencia pobre e irreal.

Este tipo de existencia, mitad ensoñación y mitad olvido es, con frecuencia, el único material con el que construimos la vida.

miércoles, marzo 21, 2007

Vivir de palabras (I)

Esto no es una pipa. Magritte

ESTO NO ES UNA PIPA

I

La primera vez que tuve noticia de esta obra, y también un vago atisbo de lo que podía significar, fue una tarde en la que mi padre me dijo: “No entiendo el arte moderno, ni lo entenderé nunca. A veces es incomprensible y a veces absurdo, ¡como esa obra en la que se ve una pipa y pone debajo: esto no es una pipa!”

Yo, el niño sabihondo, no supe entonces que decir. Me hubiera gustado discutir a mi padre, como de costumbre, pero no encontraba motivo. Aparentemente, y por esta vez, mi padre tenía razón ¿Cómo se puede mostrar una pipa y decir, al mismo tiempo, que eso no es una pipa?

* * *

Evidentemente no era una pipa, ni lo ha llegado a ser con los años, por muchas veces que la haya mirado. No es una pipa, sino su representación, que es algo muy diferente. No se la puede llenar de tabaco, encenderla y, sobre todo, no se puede fumar con ella. Sin embargo, si esa imagen se imprimiera sobre papel, se podría plegar y usar como un marcapáginas o hacer una pajarita multicolor sobre la que la imaginación montaría como sobre un caballo, o sencillamente, podría usarse para recordar lo que una vez sentimos al vivir el instante junto a una pipa “real”.

Esto, evidentemente, no es una pipa, del mismo modo que las palabras no son las cosas que representan.

Al decir “te amo”, y aunque crea que soy sincero, no por ello te estoy amando en realidad. El decir “te amo” es cosa del cerebro y de la lengua, dos vísceras al fin y al cabo, y solo una parte pequeña del ser humano completo.

Para amar hay primero que “fabricar” el amor con todo el cuerpo, con todo el Ser, cocerlo en el centro del pecho y, por fin, entregarlo como se entrega un pan, una hogaza redonda de pan dorado, de miga tan fina y cálida como la luz.

sábado, marzo 17, 2007

Trabajo sobre si mismo (II)

Cristo de San Juan de la Cruz. Dalí


II

Creí que tendría que construir mi vida entera de la nada, pero no era verdad. La vida, como sucesión de acontecimientos, se construye por sí misma sin atender a nuestros deseos o a nuestras plegarias. Lo que hay que construir, de alguna forma, es al ser que la contempla y que la vive, del mismo modo que se vive un viaje en tren del que uno no es el conductor. Aún así, vista solo a medias, la magnitud de mi tarea me asustaba.

Acudí a mis maestros en busca de consuelo y de consejo. Y ellos me dieron a comer de lo que tenían, que a decir verdad era bien poco y revuelto todo en sueños y superstición. Me dijeron, para mi asombro, si es que les entendí bien, que no me tenía que preocupar de nada, salvo de rezar, porque todo lo que se podía hacer en el mundo, ya estaba hecho. Alguien nos había salvado, sin yo saberlo, y a nosotros solo nos quedaba esperar a morir y, en tanto, ser buenos, para así no estropear el milagro.

Yo pensaba: “¿Y por qué motivo ese tal Cristo, (¿o se llamaba Buda?), tuvo que hacer en mi lugar lo que yo puedo realizar por mi mismo?. ¿Qué falta cometió para sufrir más que ninguno?¿Acaso no tuvo dos manos, como tengo yo?¿Por qué motivo ha de pagar nadie mis deudas?¿Es esto la justicia de Dios?”.

No comprendía entonces, ni mis maestros tampoco, que Cristo no es una persona, sino una multitud, una nueva especie, por así decirlo. O, si se quiere, un estado de existencia para el ser humano: el del hombre en contacto consciente con Dios. Está el primate, del que surge el hombre y ciertos simios, y luego viene el hombre, del que proceden las personas vulgares y los cristos. Como el agua tiene tres estados, sólido, líquido y gas, el hombre tiene también estos tres: hombre animal, hombre vulgar y cristo.

Mis mayores no comprendían que la buena nueva no es que una vez viviera un judío llamado Jesús, sino el hecho de que su existencia prueba que es posible para los hombres, y en concreto para aquel en el que vivo yo, trascender su lamentable condición y convertirse en cristo (o buda), en un hombre mas cercano a Dios que al animal del que procede. O quizá mucho más aún, quizá es posible para el hombre entrar en simbiosis con Dios.

El camino a seguir, según parece, pasa por la corona de espinas y acaba siempre en la Cruz.


viernes, marzo 16, 2007

Trabajo sobre si mismo (I)



I


Cuando aún era un niño, pasito a paso a la adolescencia, me atormentaba frecuentemente la misma visión. La de mí mismo, ya en la cincuentena, volviendo los ojos atrás, a mi vida pasada, solo para lamentar las cosas que no había hecho en ella, y que ya no tendría la oportunidad de hacer (para aquel niño, el haber cumplido los cincuenta debía ser algo así como sufrir de tetraplejia).

Había oído decir, en cierta charla vespertina, que si la música no se aprende antes de los siete, ya nunca se aprenderá. Y me preguntaba, con angustia, cuántas puertas, como la música, se cierran definitivamente para el hombre que no ha alcanzado, a tiempo, a cruzar su umbral.

Pensaba entonces, y en parte todavía lo pienso, que la vida era fabricarse un yo, y extenderlo en el tapiz del tiempo para poder observarlo. Mi biografía sería, en fin, una especie de inventario detallado de mi mismo para que, en la muerte (que lejos parecía), pudiera pasar completo y entero al Paraíso sin dejar olvidada detrás ninguna parte de mí.

Me miraba, de niño, como un Livingstone que observara un mapa del África sin explorar, un enorme territorio en blanco, todavía sin nombre ni imagen con qué habitar en la lengua y la mirada.

Por aquella época, además, alguien me regaló una frase, profunda y dorada, como una mina de oro:

“Se necesita de todo, para construir un mundo”

martes, marzo 13, 2007

Eternidades

Lluvia, vapor y velocidad. Turner


Viajo a través de la infinita Creación. Travesía en solitario. Tan fácil o tan difícil como cruzar la calle. Fugaz y eterno. No la cruzas una vez, sino una vez y otra, y tal vez te sueñas a ti mismo siempre cruzando esa misma calle.

En esta parte de la travesía parece como si el barco no se moviera. Alrededor hay un mar en calma en el que el agua, el cielo y la luz parecen mezclarse.

Y sin embargo, de cuando en cuando, es como si el barco atravesase un banco de niebla envenenada. O quizá es el hedor del propio casco que, lentamente, se pudre y se va convirtiendo en mar
.

domingo, marzo 11, 2007

Conocimiento de juego y de curación (II)

Puesta de Sol en Marte. NASA


III

Si tu eres una de esas ovejas negras, buscadora de extraños pastos, permíteme una advertencia. La mayor parte de los conocimientos que encontrarás, como sabes, son inútiles. Pero cuando encuentres conocimientos de poder, ¡cuidado!. Algunos son medicina y otros son poderosos narcóticos.

Los conocimientos narcótico los reconocerás fácilmente, porque todos son calmantes. Están bien por un tiempo, hasta que te cansas de que tras un periodo de tranquilidad, que cada vez se te hace más corto, la insatisfacción vuelva más y más fortalecida.


Esos conocimientos son pastillas para dormir, no auténticas medicinas. Te devuelven temporalmente a la “normalidad”, te hacen sentir una falsa paz en el alma. Miras durante un tiempo a otra parte, a una especie de mundo luminoso en el que todo está bien y en el cual tu pareces quedar, a la vez, olvidado y fundido con el Todo. Te dan la sensación de que has llegado, de golpe y sin esfuerzo, a la cúspide de la perfección. Pero no es cierto.

Si miras con cuidado verás que no todo está bien, pues no consigues hacer permanentes esos momentos de plenitud y de maravilla. Y es que la raíz del descontento sigue ahí, en tu alma. Y ahí continuará hasta que, mediante el trabajo sobre tí mismo, sea arrancada o transformada en luz.

Estas medicinas-somnífero están hechas en general, de “conocimientos-armonía”, de prácticas de relajación, y su producto principal es “la calma pasajera”. Frecuentemente hablan de "amor universal", pero olvidan el amor, y tambien la compasión, tomados "de uno en uno".

Es verdad que, antes que nada, hay que traer el silencio al interior y hacer que la mente parlanchina deje de hablar. Pero una vez conseguido eso, hay que ponerse al trabajo. Este no es el final de todo, sino el principio.

No hay paz posible antes de la guerra, ni descanso antes de trabajar. Solo podrá llegar después, si es que llega. Porque quizá después, la paz y la felicidad personales ya no sean lo más importante.

Conocimiento de juego y de curación (I)

Sol y Luna



El invierno de nuestro descontento

Now is the winter of our discontent
Made glorious summer by this sun of York

Shakespeare, Ricardo III

(Ahora es el invierno de nuestro descontento,
convertido en glorioso verano por este sol de York)



I


Hay una gran distancia entre entender (con la mente) y comprender (con todo el ser), la misma que entre el dicho y el hecho, la misma que entre el conocimiento presuntuoso y vacío y el conocimiento que te transforma.

Quien está contento, en el fondo, consigo mismo y con el mundo respeta las reglas del juego y se convierte gustosamente en una pieza del engranaje. Una pieza lo más dorada posible, eso sí, para destacar con fuerza de los demás, para tener más, para ser más apreciado y más querido. Sus dolores e incomodidades son, desde entonces, siempre relativos: sufre por tener menos que otro, por ser menos querido que otro, por alcanzar menos éxito que otro. Para estos seres el conocimiento es solo un medio y las palabras no valen tanto por la sabiduría y el poder que encierran sino por el éxito que son capaces de atraer de fuera.

El que no está contento, sin embargo, ni consigo mismo ni con lo que le rodea, no puede sentir consuelo al compararse con el vecino. Somos todos habitantes de un pequeño pueblecito: el que más posee tiene una vaca y el que menos, un perrillo.

Si sufres de un fuerte dolor de muelas no te consuelas y quedas tranquilo sólo con ver que otro se acaba de romper las piernas. Al contrario, si tienes aún sensibilidad te alterarás más todavía comprendiendo que lo que te rodea se parece más a un infierno que a un paraíso.


II


El que no está contento se encuentra solo en medio de un mundo autocomplaciente, un mundo que acepta las cosas como son incluso cuando se queja, incluso cuando las cambia en la forma para que en el fondo no cambie nada. Se descubre convertido no en un enemigo del sistema, sino más bien en un extraño, en alguien totalmente inasimilable. Vive aquí sin ser de aquí, se reúne con las demás personas y realiza los mismos actos, pero sus motivos son completamente distintos. Es un ser al que le duelen las piernas rotas del alma, y todo su empeño es buscar un remedio. Un remedio para sí mismo, pues el dolor y el placer, al parecer, son solo suyos.

Así, buscará un conocimiento que le cure, no que le proporcione palabras para la conversación, anhelando aquella sabiduría que tenga un poder de transformación para así, finalmente, incorporarla a si mismo y quedar sano.

miércoles, marzo 07, 2007

Esperando a que la lluvia cese



Estoy sentado dentro de una película de Kurosawa. Llueve, en blanco y negro. Una lluvia de los años cincuenta que quedó prendida en alguna dimensión misteriosa de la luz, y en la que entro ahora sobre la pantalla de mi ordenador. Lluvia que no me moja, aire que no respiro, tierra a la que no rozo con la piel. Vivo en medio de una película.

Es como un milagro, porque el ordenador es portátil y pequeño. Si fuera una caja de cartón apenas podría contener un puñado de cartas, alguna foto familiar, una medallita de buen comportamiento. Pero su pantalla es como una puerta que se abriera a los universos, mundos plegados cien veces, como cartas de amor que se guardan en un rinconcito. Basta un pequeño “ratón”, ni siquiera un mágico conejo, para abrir un hueco por el que deslizarnos, diminutos como Alicia, olvidados de nuestro cuerpo, convertidos en un charco de conciencia.

Estoy sentado en una calle del Japón medieval. No se como he llegado hasta aquí. O mejor dicho, si, si que lo se. En realidad nada de lo que veo existe ahí fuera, salvo una nube de destellos en la pantalla plana que provoca una cascada de cambios químicos en mi retina. Hay una calle y hay un Japón, solo porque yo lo quiero, y lo quiero ahora, después de que otros muchos, en otras partes y en otros tiempos, también lo hubieron querido. Una cadena de voluntades ha creado, aquí y ahora, este sueño hecho con la carne y con la sangre de la luz.




Llueve en blanco y negro sobre lo que parece una calle cubierta de charcos. En el escalón de un extraño edificio, quizá un templo, hay un hombre sentado que mira la lluvia caer. Curiosa vida la suya. Contempla como llueve esperando solo a que la lluvia cese, para así poder dejar de mirar. Es humilde y está vestido con mucha simplicidad. Cuando se queda quieto parece una gota más de lluvia que hubiera quedado prendida en el espacio, negándose a desaparecer.

En ningún sitio mejor que en las películas orientales veo y comprendo la simplicidad del hombre, su existir natural, sin maravillas, sin pizca alguna de magia o de romanticismo. La imagen sin color, el sonido sin música y sin palabras, o con palabras que no entiendo, los cuerpos vestidos solo con unos trapos, la comida a base de arroz, tan blanco que parece que no se esté comiendo nada. Hasta el licor es blanco, como la sangre de un árbol hendido que no provoca al manar escalofrío alguno.

Extraña vida la de ese hombre. Mirar la lluvia caer, esperando solo a que la lluvia cese, para así poder dejar de mirarla, y partir
.



sábado, marzo 03, 2007

Telepatía

Telaraña en la lluvia



Hay algo muy poderoso en el hacer preguntas. Lo sé porque frecuentemente escribo en los foros, y a menudo lo que tengo para ofrecer no son respuestas, sino preguntas y más preguntas.

Mis mensajes tienen siempre la misma intención que el escalón de piedra, servir de base para una escalera que desde ellos llegue hasta el cielo. Los escalones serán pisados y olvidados, esa es su función, pero harán posible que algún día bajen los ángeles por la escalera que forman. ¿No es acaso ese el sueño de todas las preguntas? ¿No es el beso de un ángel la respuesta que toda pregunta espera recibir un día?

Un mensaje escrito y lanzado al aire es como una telaraña sutil tendida en el espacio. Quien luego lo lee hace vibrar la tela con sus pensamientos. A veces incluso puedo sentirlo. Se que la tela de mi pregunta vibra. Miro en mi cabeza y encuentro ideas que no parecen mías, respuestas que llegaron sin sonido, como mails que alcanzaron mi correo sin necesidad de navegador. ¿Es esto lo que llaman telepatía?





No querría crear malentendidos. No son palabras articuladas lo que se recibe. Es más bien como cuando se recuerda una experiencia que se ha vivido. No la recuerdas como si la estuvieras contando a otro, en español, o inglés, o en la lengua que sea, sino más bien como una pasta compleja de sentimientos, ideas, recuerdos, olores, colores, sonidos. Recuerdas pedazos de vida empapados en emoción, y no palabras.

Lo extraño con las respuestas a mis preguntas es que son recuerdos de algo que yo no he vivido, pedazos de vida que no me pertenecen. Es como besar a alguien en los labios del alma. Por un momento, al fundirse los seres, parece como si las dos vidas se entrecruzaran, alimentándose una de otra. Luego miras, y las respuestas están ahí, a la altura de tu corazón. Las ramas de dos manzanos se tocan sobre la valla. Sopla el viento, las ramas se abrazan, y cuando vuelve la calma hay manzanas de cada árbol en el jardín del otro. Eso es, para mí, la telepatía.

También es posible que esté loco, aunque no lo creo. O mejor dicho, es probable que lo esté, pero me importa un bledo.



jueves, marzo 01, 2007

Hablando de astrología

Jesus (Issa) y la calavera del Gigante. Roerich



La Astrología puede servir para muchas cosas diferentes, según el conocimiento y el propósito del que la lee o practica. Se trata de una ciencia-arte muy antigua y no queda vivo nadie, ni en persona ni en palabra, que nos pueda explicar para qué servía en su origen. Sabemos, eso sí, que estaba relacionada con la religión, o sea, con la ciencia-arte de hacerse Dios, pero eso es todo, que yo sepa. El resto es astronomía.

De modo que hoy hemos tomado ese antiguo y sagrado instrumento, que nos llegó sin guía de usuario, y cada uno lo utilizamos según nuestro mejor parecer y entender. Uno dice que le parece esto, o que le parece aquello, y escribe un libro, otro afirma que puede leer el futuro (“que está escrito en las estrellas”) y cobra a cambio un módico precio, y el de más allá afirma con orgullo poder acertar el signo de nacimiento de cualquiera a los dos minutos de conocerle, etc... En general quienes hablan son solo psicólogos sin título, aunque con gran intuición, que se han leído algún libro moderno de astrología, o también puros y simples charlatanes a la búsqueda de beneficio, sin más aderezo. Lo curioso del caso es que muchas de estas afirmaciones, realizadas por alguna persona realmente entrenada, podrían ser ciertas. Yo mismo soy capaz, para mi sorpresa, y cada vez con más frecuencia, de acertar el signo o el ascendente de la gente con la que me cruzo y con la que he hablado solo unas palabras.... Pero no sabría explicarte la causa, porque cuando empiezo a filosofar sobre ello me entran los temblores y lo tengo que dejar.

Bien, para mí la astrología es, básicamente, una guía de viaje, un plano que señala el camino del Tesoro. Este viaje no es físico, claro, sino un proceso de transformación personal marcado por doce fases o signos. No “somos” de un signo, como no “somos” de un cine, de una iglesia o de una plaza, sino que transitamos por él. Somos los doce signos, o mejor, lo que ellos significan, pero solemos especializarnos en uno o dos solamente. De modo que permanecemos empapados de ese signo la vida entera, o hasta que aprendemos su lección y entonces pasamos al siguiente. Aunque lo más probable es que no nos interese aprender lección alguna, sino solo dominar convenientemente los recursos de un signo para poder vivir lo más cómodos posible en él. A esto lo llamamos “maduración”.

En lo que me indica mi experiencia, en nuestros primeros años “somos” nuestro signo zodiacal de nacimiento y, a medida que maduramos, “vamos siendo” cada vez más nuestro ascendente. Y ahí se detiene, normalmente, nuestro aprendizaje vital.

No obstante, algunos de nosotros, no contentos con esto, deseamos ser “los doce signos”. No queremos, por así decirlo, interpretar este o aquel papel en la Comedia Humana, sino que, modestamente, deseamos ser “todo el teatro”. Creemos, quizá por nuestra infancia cristiana que, para ser Dios, primero hay que ser Hombre (con mayúscula, o sea, todos los hombres). Para este tipo de “locos” la astrología es una guía inapreciable, un mapa de carreteras, como decía antes.

En los últimos mensajes he hecho una especie de borrador de prueba, he pretendido escribir lo que siento hoy al transitar por dos de los doce signos. Quería haber escrito a continuación mi experiencia en el signo siguiente, en este caso Libra, y luego Escorpio, etc..., pero no puedo. Es como si me hubiera quedado vacío por dentro. Llevo un mes intentándolo pero no consigo avanzar. Conozco el signo, claro, pero con la cabeza. No consigo sentirlo “en las vísceras” por así decir. No puedo “encarnarlo”. Me falta algún tipo de experiencia que no llega, pero que llegará.

Cuando lo viva lo contaré, si puedo. Abrazos.