miércoles, marzo 07, 2007

Esperando a que la lluvia cese



Estoy sentado dentro de una película de Kurosawa. Llueve, en blanco y negro. Una lluvia de los años cincuenta que quedó prendida en alguna dimensión misteriosa de la luz, y en la que entro ahora sobre la pantalla de mi ordenador. Lluvia que no me moja, aire que no respiro, tierra a la que no rozo con la piel. Vivo en medio de una película.

Es como un milagro, porque el ordenador es portátil y pequeño. Si fuera una caja de cartón apenas podría contener un puñado de cartas, alguna foto familiar, una medallita de buen comportamiento. Pero su pantalla es como una puerta que se abriera a los universos, mundos plegados cien veces, como cartas de amor que se guardan en un rinconcito. Basta un pequeño “ratón”, ni siquiera un mágico conejo, para abrir un hueco por el que deslizarnos, diminutos como Alicia, olvidados de nuestro cuerpo, convertidos en un charco de conciencia.

Estoy sentado en una calle del Japón medieval. No se como he llegado hasta aquí. O mejor dicho, si, si que lo se. En realidad nada de lo que veo existe ahí fuera, salvo una nube de destellos en la pantalla plana que provoca una cascada de cambios químicos en mi retina. Hay una calle y hay un Japón, solo porque yo lo quiero, y lo quiero ahora, después de que otros muchos, en otras partes y en otros tiempos, también lo hubieron querido. Una cadena de voluntades ha creado, aquí y ahora, este sueño hecho con la carne y con la sangre de la luz.




Llueve en blanco y negro sobre lo que parece una calle cubierta de charcos. En el escalón de un extraño edificio, quizá un templo, hay un hombre sentado que mira la lluvia caer. Curiosa vida la suya. Contempla como llueve esperando solo a que la lluvia cese, para así poder dejar de mirar. Es humilde y está vestido con mucha simplicidad. Cuando se queda quieto parece una gota más de lluvia que hubiera quedado prendida en el espacio, negándose a desaparecer.

En ningún sitio mejor que en las películas orientales veo y comprendo la simplicidad del hombre, su existir natural, sin maravillas, sin pizca alguna de magia o de romanticismo. La imagen sin color, el sonido sin música y sin palabras, o con palabras que no entiendo, los cuerpos vestidos solo con unos trapos, la comida a base de arroz, tan blanco que parece que no se esté comiendo nada. Hasta el licor es blanco, como la sangre de un árbol hendido que no provoca al manar escalofrío alguno.

Extraña vida la de ese hombre. Mirar la lluvia caer, esperando solo a que la lluvia cese, para así poder dejar de mirarla, y partir
.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo del Rayo: qué texto tan bello.
Con respecto a aquello que hablamos de hacer un blog sobre astrología, qué tentador, pero tenemos una visión tan distinta; algo por lo demás normal, es como los pintores y todo lo demás. Por ejemplo que uno desee o piense que puede llegar a ocuparse de todos los arquetipos, los doce, yo no lo veo tan descabellado. Ya hablaremos.
Un abrazo fuerte y, por favor, no dejes de conmovernos con tu música en las palabras.
Saludin.

Paco Luis dijo...

Gracias a tí, amiga, por visitar de vez en cuando este extraño edificio, medio templo medio almacén y dejar sobre el escalón de piedra flores, piedrecitas, o lo que tengas y quieras.

Dicen que el doblar de una campana nunca es tan hermoso como en un valle, porque hay montañas que devuelven su sonido. Gracias por ayudarme a oír mis campanas y por alimentar su deseo de sonar.

Desde aquí se escuchan también el canto de tus lobos y de tus sirenas, se te agradecen, y se te devuelven como un eco, con cariño.

En cuanto a la creación, astrológica o no, pienso que no es cosa de iguales, sino de opuestos. Los iguales solo podrían multiplicar su propia imagen, y a mi no me interesan las fotocopias. El problema no es la confrontación, creo, sino mi propia inmadurez. Apenas tengo nada que ofrecer, salvo mi búsqueda. Y es condenadamente lenta.

Un abrazo,