sábado, marzo 17, 2007

Trabajo sobre si mismo (II)

Cristo de San Juan de la Cruz. Dalí


II

Creí que tendría que construir mi vida entera de la nada, pero no era verdad. La vida, como sucesión de acontecimientos, se construye por sí misma sin atender a nuestros deseos o a nuestras plegarias. Lo que hay que construir, de alguna forma, es al ser que la contempla y que la vive, del mismo modo que se vive un viaje en tren del que uno no es el conductor. Aún así, vista solo a medias, la magnitud de mi tarea me asustaba.

Acudí a mis maestros en busca de consuelo y de consejo. Y ellos me dieron a comer de lo que tenían, que a decir verdad era bien poco y revuelto todo en sueños y superstición. Me dijeron, para mi asombro, si es que les entendí bien, que no me tenía que preocupar de nada, salvo de rezar, porque todo lo que se podía hacer en el mundo, ya estaba hecho. Alguien nos había salvado, sin yo saberlo, y a nosotros solo nos quedaba esperar a morir y, en tanto, ser buenos, para así no estropear el milagro.

Yo pensaba: “¿Y por qué motivo ese tal Cristo, (¿o se llamaba Buda?), tuvo que hacer en mi lugar lo que yo puedo realizar por mi mismo?. ¿Qué falta cometió para sufrir más que ninguno?¿Acaso no tuvo dos manos, como tengo yo?¿Por qué motivo ha de pagar nadie mis deudas?¿Es esto la justicia de Dios?”.

No comprendía entonces, ni mis maestros tampoco, que Cristo no es una persona, sino una multitud, una nueva especie, por así decirlo. O, si se quiere, un estado de existencia para el ser humano: el del hombre en contacto consciente con Dios. Está el primate, del que surge el hombre y ciertos simios, y luego viene el hombre, del que proceden las personas vulgares y los cristos. Como el agua tiene tres estados, sólido, líquido y gas, el hombre tiene también estos tres: hombre animal, hombre vulgar y cristo.

Mis mayores no comprendían que la buena nueva no es que una vez viviera un judío llamado Jesús, sino el hecho de que su existencia prueba que es posible para los hombres, y en concreto para aquel en el que vivo yo, trascender su lamentable condición y convertirse en cristo (o buda), en un hombre mas cercano a Dios que al animal del que procede. O quizá mucho más aún, quizá es posible para el hombre entrar en simbiosis con Dios.

El camino a seguir, según parece, pasa por la corona de espinas y acaba siempre en la Cruz.


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