martes, abril 07, 2009

Tocarse


Icaro

Recuerdo una película que vi hace mucho tiempo. Se llamaba Lady Halcón. Me viene a la memoria por un detalle del argumento.

A causa de una maldición, una pareja de amantes se ven condenados a vivir siempre juntos y, al mismo tiempo, separados. El hombre es hombre solo durante el día, mientras su enamorada vive transformada en halcón. Y ella es mujer por la noche, cuando el hombre existe convertido en lobo.

Y así viven juntos, medio persona medio animal, sin otra comunicación entre ellos que el puro contacto entre la consciencia e inconsciencia de dos especies muy distintas. Pero al amanecer, mientras uno aún conserva el rastro de haber sido humano y el otro casi empieza a serlo, a veces, las puntas de sus dedos se tocan.

Solo por este momento recuerdo la película. Los pocos fotogramas en los que unos dedos que se convierten en ala se estiran con esfuerzo para rozar una zarpa que se va volviendo humana.


Estate atento al despertar. Justo al momento antes de recordar quién eres. En ese instante, cuando aún no existe el ser humano, el lobo y el halcón se tocan. Se tocan el que eres en el sueño y el del mundo real. Por un instante recuerdan que los dos son uno. Dios, por decirlo así, puede usar durante un momento tu cerebro de hombre.

En ese instante es cuando llega la Revelación.

domingo, marzo 29, 2009

El bien y el mal, expulsados del Paraiso


I


Ser bueno no es portarse bien. Portarse bien es hacer las cosas como los demás esperan.

¿Existe el bien más allá de la voluntad de los sacerdotes y de los poetas?
¿más allá del miedo a ser rechazado, encerrado o muerto por los que nos rodean?

II

De niño me explicaron cómo se pierde el Paraíso.

Basta con comer del Árbol del Bien y del Mal (es un árbol, y no dos. El bien y el mal han de estar abrazados, para que la manzana exista).

Y es preciso comer, no solo tocar y ver, no solo soñar que se ha comido, porque al comer incorporas en tu naturaleza el alimento que tomas. Al comer la manzana de aquel Árbol, el Hombre se hizo a la vez bueno y malo.

¿Por qué el Paraíso toleraba en el Árbol lo que luego en Adán le resultó insoportable?

La expulsión de Adán y Eva siempre me produjo una profunda tristeza. Los veía en dibujo, desnudos y llorando, caminando despacio y sin esperanza. El ángel de la espada ardiente, sobre ellos, se convirtió para el niño que yo era en enemigo del Hombre, en lacayo de la violencia contra el corazón.

Luego pasaron los años, y comprendí que nuestro primer impulso no siempre es el más generoso y, además, rara vez nos conduce a la verdad. La verdad se rumia entre los dientes, como la vaca el heno, se planta y se espera con el corazón, como al trigo, como a la flor de las margaritas.

No creo que la expulsión exista. ¿Expulsar adonde? Tal vez un imaginario Jehová, absorto en la justicia, pudo observar con complacencia la marcha de aquellos seres, que a mí tanto me hacía llorar. Pero ese Jehová es solo la imagen deformada de Dios cuando se le contempla con ojos primitivos. Cristo, una imagen más moderna, no lo hubiera permitido.

¿Y qué hubiera hecho el Dios real, el Innombrable, el que está por encima de Cristo y de Jehová y de todas las demás representaciones?

No creo que la expulsión exista. Pero si que creo en la pérdida. En el sueño. En el olvido.

Ser bueno no es portarse bien. Pero ¿qué es el bien? ¿por qué Adán tuvo que marcharse, olvidarse del Paraíso, envejecer, morir?

¿Se puede ser bueno, sin ser malo?

domingo, marzo 15, 2009

Visita el Interior de la Tierra.(Vitriol 2)


I

Soñé que miraba alrededor, sintiendo que todas las cosas maravillosas estaban ahora abiertas y huecas, como los cascarones vacíos del milagro. Uno tras otro los pájaros dorados habían volado. Tocaba los objetos, uno a uno, y las personas, y solo percibía ecos repitiendo sonidos vacíos, carentes de significado.

Sentí, con dolor, que el milagro nunca estuvo ahí. Y, sin embargo, aun percibía en torno mío, con tanta fuerza como siempre, el perfume de la maravilla. Mi mente no comprendía. Me hablaba de atravesar el mar, de llegar a las altas montañas del Tibet y de la China. “Dicen que en el desierto del Gobi está Shangrilá...”-me susurraba, tentadora.

Pero tu vista no puede gozar del jardín de rosas, si a tu nariz llega el hedor de un perro muerto.

El olfato fue mas fuerte que el sueño de la razón. Y el golpe de estado de la mente no triunfó por mas tiempo, ¡demasiado duraba ya! El cuerpo entero se levantó para sofocarlo.

Y comprendí con el instinto, con la piel del presentimiento, que el milagro estaba dentro de mí y, sin embargo, todavía inalcanzable.


II

Mi casa no soy yo, mi profundidad no es mía. Me asomo a mi mismo como al brocal de un pozo.

Presiento el Tesoro, quisiera abrazarlo ... ¿pero como?

sábado, marzo 14, 2009

VITRIOL


Visita Interiora Terrae, Rectificando Invenies Occultum Lapidem”
(Visita el interior de la tierra, rectificando encuentras la Piedra Oculta)

I

Extraño empeño el de los alquimistas. Buscan a Dios no en el cielo, ni en el hombre, y ni tan siquiera en el animal, sino más abajo aún, donde los animales pisan. ¿Hay algo más bajo que eso?¿Satanás, tal vez? Buscan a Dios entre los minerales, en el suelo de la tierra, en el techo del infierno.

De niños nos enseñan justo lo contrario, nos animan a mirar al cielo. Nos dicen que en el hombre hay cualidades animales y divinas, y que hay que pedir a Dios que alimente a estas últimas desde lo alto: el amor, la piedad, la fraternidad entre los hombres. Las cualidades divinas siempre llegan desde arriba, como la lluvia, como la luz del sol.

Eso nos enseñan de niños, y la memoria de un niño, ya se sabe, es como una piedra inerte en la que muchas cosas quedarán grabadas para siempre.

El saber si ocupa lugar, cuando se convierte en creencia. Las creencias son celosas, y solo toleran hermanas gemelas alrededor. Si las cualidades divinas llegan de lo alto, entonces hay que mirar al cielo, aun corriendo el riesgo de que los pies tropiecen.
II

Ayer, mientras subía caminando la cuesta que me lleva al trabajo de todos los dias, los ojos resbalando hacia arriba por el suelo de cemento, súbitamente me di cuenta de algo: Si Dios-Hombre nació, según dicen, en un establo y entre animales, ¿por qué las cualidades divinas tendrían que nacer más alto?

Hay veces que la mente, de pronto, pone palabras a lo que el corazón hace tiempo que ya ha comprendido.

Las cualidades divinas en el hombre no llegan desde lo alto. No nacen, como los relámpagos, en el centro de una nube, ni en la mirada del sol. Las cualidades “divinas” del hombre nacen de lo más profundo del ser humano, y llegan arriba envueltas por su naturaleza animal. Son como recién nacidos, que lanzan su primer grito manchados de sangre y de suciedad.

III

Si no hubiera muerte, y tuvieras que vivir para siempre en un espacio cerrado con tu peor enemigo, ¿cómo lo harías? Primero inventarías la tolerancia para no sufrir, y luego, si fuera posible, el amor al Otro, para ser feliz.

La tolerancia, la caridad, el amor, tal y como los entendemos los hombres no son cualidades divinas, sino habilidades adaptativas que nos permiten sobrevivir emocionalmente en entornos hostiles. Son el lubricante que nos evita dolorosos roces en el día a día.

¿Y qué mejor medicina para la soledad y el sinsentido que dejarse caer, a veces, enamorado?

IV

El amor es invento del hombre, como la justicia, o como el arte. Hay amores como los bisontes de Altamira, sentimientos toscamente pintados en la roca por un Cromañon. Y hay amores como la Monna Lisa y aún más sutiles, todavía no expresados.

Los sentimientos, después de inventados, se cultivan y se desarrollan hasta lo sublime, como la pintura. Los amores se nos van convirtiendo poco a poco en Amor.

Sin embargo, ignoro aún lo que pueda ser ese Amor extremo, con mayúsculas. El mundo de las ideas de Platón tal vez existe, y lo transitan los dioses, reunidos como dedos en la mano de Dios. Pero yo, hoy por hoy, soy solo un alma en tránsito por el cuerpo de un hombre. Voy caminando a gatas, los ojos clavados en el suelo, abrazado a la madre tierra, hasta la muerte.

sábado, marzo 07, 2009

Volvio la Voz


Esta mañana, al despertar, me había vuelto la voz. No la voz de todos los días, sino la que puede llegar hasta la Cruz del Rayo.

En la vida estuve en muchas escuelas: tuve fortuna para entrar, paciencia para permanecer, fuerza para poder salir. En ellas conocí a muchos compañeros, pero no habitaba allí ningún Maestro.

No es desagradecimiento hacia quien me ayudó a aprender, al contrario. ¡Es agradecimiento supremo! Agradecimiento que sube hasta los ojos y toca el borde de las lágrimas. Agradecimiento que baja a las manos, pidiendo trabajo y acción.

Benditos sean esos compañeros, ni más sabios ni más fuertes que yo, que tuvieron la osadía de disfrazarse de maestros. Ellos sostuvieron el vacío sobre nuestras cabezas, creando la mentira mágica que nos permitió aprender. ¿Acaso alguno de ellos fue consciente de su impostura?

Pero ahora, que vuelve la voz, me pregunto: ¿Por qué ellos, y no yo, fueron los crucificados? En este planeta de hermanos ¿por qué unos trabajan como padres, sudando el sueño de los que desean ser hijos para siempre?

viernes, julio 18, 2008

Guardar el fuego

Fuego

Cuando aun era un niño sin escuela, como mis padres trabajaban fuera y la casa quedaba vacía, pasaba mucho tiempo donde mi abuela materna. Era ella una mujer sencilla, que vino a Madrid con veinte años para trabajar de sirvienta y, al poco, casarse con un joven electricista, serio y prometedor. Vivía en un piso interior de la calle Velázquez, sin nevera y sin televisión, y su cocina aún se alimentaba con carbón y leña. Era sabia en emociones, analfabeta en conocimiento, y yo la adoraba y vivía siempre pegado a sus faldas.

Mi abuela era experta en guisos de puchero. Un día observé que tenía uno puesto en el fuego, y que ya cocía. Se oía el burbujear, y se sentía la violencia interna del vapor, como un rugido profundo, luchando por escapar y liberarse. Yo le dije: “Yaya, el puchero está enfadado ¿por qué no le quitas la tapa?”

Las cosas que se aprenden de verdad son como el casco de una barca en la que vamos navegando. Con el tiempo se le adhieren plantas, moluscos…, hasta que la barca, sin dejar de ser barca, se convierte en algo distinto, en una especie de memoria viviente del mar de la vida.

Así que no recuerdo claramente lo que mi abuela me respondió entonces, y donde empezaba o acababa su sabiduría real. Pero lo que me dijo fue algo parecido a esto:

“Hijo, cuando los pucheros se ponen al fuego, aunque parezca a veces que vayan a explotar, hay que tenerlos siempre tapados. Si los dejas abiertos, todo lo bueno se va con el humo. Las cosas destapadas tardan más en cocer y quedan enteras, pierden el sabor y la fuerza, y cuando después se sientan tus invitados a la mesa la comida que les pones ni alimenta ni sabe a nada, porque ha perdido toda su sustancia”

Ella no me dijo entonces, pero yo lo aprendí luego recordando sus ollas puestas a cocer, que nuestra cabeza y nuestro corazón son también pucheros, de un material diferente. Hablar demasiado, expresar siempre tus sentimientos, apenas brotados, asesinar las preguntas con rápidas respuestas, es como levantar la tapa de todas tus ollas.

La fuerza que perfecciona las cosas de nuestro pensar, de nuestro sentir, de aquello que vivimos para nosotros mismos y para darlo a otros, es un fuego interior que hay que saber encender y alimentar y, sobre todo, poder soportar encendido.

Sin ese fuego no puedes crear y, si lo intentas, lo que hagas se morirá apenas brotado y será olvidado sin dejar recuerdo.

Cuando falta ese fuego tu semilla pierde su fuerza, te vuelves extranjero y furtivo en tu existir. La vida, en fin, aparta de ti ese cuerpo con el que te abrazaba, enamorada, para que en ella pudieras crear. Para que pudieras verte ahí fuera y sentirte carne y sangre, tu, que apenas eras un sueño.

sábado, julio 05, 2008

El Barco de los Locos

Fitzcarraldo. Werner Herzog

I

Ayer, a las tres de la tarde, salí del trabajo a las calles hinchadas de sol como las velas de un barco. El cielo azul navegaba en lo alto, en el cauce de las casas, como un río de aire enamorado del agua.

Sobre las aceras, dos hileras de árboles alzaban ordenadamente sus ramas cargadas de hojas, como enormes cerillas encendidas de llama verde, como paraguas de gnomo volteados por el aire de alguna tormenta invisible.

La variedad asombrosa de las cosas brotaba a mi alrededor como el jardín de un mago, aparecido de pronto. Un jardín que ya estaba aquí antes de que yo llegara, pero apagado y dormido, como una feria con su noria y su tiovivo mudos, ocultos bajo las lonas, y a los que mis ojos al mirar, hubieran descubierto y dado la vida.

Y cada cosa, del millar de cosas en las calles y en el cielo, parecía escuchar una música interior que les hacía bailar con un ritmo propio, distinto al de las demás cosas. Cada cosa del billón de cosas bailando su baile, cantando su son, y sin chocar unas con otras... Milagro de la adaptación mutua.

II

Me emociona a veces, y otras me irrita, el esfuerzo de los seres por amoldar su existencia al estrecho espacio de lo que es real, de lo posible. Como si la llamada realidad fuera un barco que va a partir y en el que todos quieren encontrar un sitio. ¡Habrá que dejar en tierra tantas cosas para viajar en este barco...! Al llegar a él, ya lo encontramos lleno hasta los topes.

El árbol olvida su sueño horizontal, y crece solo hacia lo alto. El pez dorado no vuela, no conoce el relámpago, nada sabe de las nubes ni de las estrellas. El pájaro no ha visto el fondo del mar, no tiene nidos de coral, ni sabe la forma en que la luz se derrama en la profundidad del agua.

¿Quien construyó el barco de lo real?¿Quien dice lo que es posible y lo que no?


¿Donde guardará Dios nuestros sueños imposibles? ¿En que planeta se alzará la montaña de nuestras renuncias?