viernes, mayo 11, 2007

Preguntas del despertar (I)

Autorretrato con los ojos abiertos. Rembrandt

I

Hay muchas preguntas, de muchas clases. Puedes hacérselas a otro o guardarlas para ti. Sea como sea muy pronto te llegarán respuestas que matarán, de un golpe, a tu pregunta. La matarán apenas la vean, sin desentrañarla, sin desenvolverla, sin contestarla realmente. Y tu, con esa sabiduría falsa, o inútil, recién adquirida, volverás a la tibia felicidad a la que te condena la costumbre, la triste felicidad del funcionamiento automático, sin fricciones, la felicidad del sueño continuado y, por fin, del olvido.

Un día hubo para mí una pregunta entre las preguntas, una pregunta madre, una pregunta origen, algo que lo cambió todo sin, aparentemente, cambiar nada. Una pregunta que me dirigí a mí mismo, porque pensé que los demás no podrían comprenderla. Al menos, no la entenderían a la manera en que la comprendía yo. Tampoco notarían diferencia alguna en sus vidas según fuera una u otra mi respuesta.

Sin embargo, desde ese día, lo primero que busco en las personas es una señal de si alguna vez se hicieron una pregunta parecida. Si se la hicieron les pongo a un lado y, si no, al otro. Desde entonces, para mi, la Humanidad está dividida.

Los dos grupos son, en realidad, especies distintas. No hay buenos ni malos, pero una cosa no es igual que otra. Los leones y las cebras en el fondo no se entienden, aunque se reúnan, a menudo, para cenar. O estás en un sitio o estás en el otro.

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