(Diario de Turquía. 15 de agosto de 2004. domingo)
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Última etapa del día. Nos dirigimos a Nevsehir, en la Capadocia. Allí dormiremos hoy. Esta noche, después de cenar, presenciaremos una ceremonia de los derviches giróvagos...
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Salimos en autobús. Vamos el grupo entero... Todo está oscuro. En la carretera, ni una luz, ni un coche. Creo que estamos atravesando un valle. Es como cruzar un plato hondo lleno de tinta negra. Ni las estrellas se ven.
A la media hora llegamos al sitio. Está en Avanos, un pueblo tan oscuro como el campo de alrededor. Se trata de un espacio subterráneo, una especie de amplio sótano en una construcción baja de las afueras. El lugar es circular, con gradas junto a las paredes para sentarse (cuatro o cinco grandes peldaños) y una especie de tablado circular en el centro. Junto al tablado hay un pequeño espacio cuadrado cubierto con lo que parece ser una piel de cordero o de cabra manchado de rojo sangre (es, según nos explica Suat, nuestro guía turco, el espacio del Devlaná. Días más tarde me enteré que Devlaná era un termino aplicado inicialmente al místico Rumí, el fundador de la orden de los derviches giróvagos). Cuando llegamos está ya casi todo el mundo sentado y en silencio. Me sitúo en la primera fila. El grupo se coloca por detrás y alrededor. Hay tres hombres sentados cerca que llaman la atención por sus trajes, elegantes y sobrios, de corte árabe. Suat nos explica que uno de ellos es un hombre muy respetado, un descendiente directo de Mahoma. “Se trata de un visitante muy especial”, nos dice.
Estoy. Estamos. La Presencia está.
Surgen de la semioscuridad cinco danzantes con túnicas negras y altos gorros cilíndricos. Y un sexto que parece ser la persona de mayor dignidad. Este último se sitúa en el espacio del Devlaná, un lugar “fuera de estas dimensiones”, el “otro mundo”. Han salido también cuatro o cinco músicos, igualmente con túnicas oscuras, que se sitúan a un lado del tablado, en el lugar opuesto al Devlaná. No hay iluminación vertical, toda la claridad proviene de unas candilejas en el suelo del propio tablado, de las que brota una suave luz rojiza.
Uno de los cuatro músicos comienza a recitar el Corán. Impresionante. La voz humana se rompe, se reconstruye, fluye, rasga el aire, acaricia... Siento como si un dedo se apoyara en mi garganta. Noto claramente mi garganta. Los sonidos parecen tocar mis propias cuerdas vocales, como si fueran una guitarra.
Seguidamente comienza la danza. Se oye también una flauta, con sonidos muy dulces, casi parece que tuviera una voz humana. También recuerdo un instrumento de cuerda.
Los danzantes se quitan las túnicas oscuras, enérgicamente, como si hicieran un pase de magia. Cuatro de ellos tienen debajo esa túnica blanca, tradicional de los derviches, que les llega hasta los talones. El quinto, que parece el jefe del grupo, permanece con la túnica oscura o negra.
La flauta suena, vuelven a cantar o recitar. Los derviches giran, al principio despacio, saludándose mutuamente cuando pasan junto al sitio del Devlaná. Al poco, se detienen. Cada uno permanece ya en su lugar y comienza a girar sobre su propio eje, cada vez más rápido, sin desplazarse horizontalmente. Es impresionante. El espacio ha cambiado. Ha habido una invocación, algo instantáneo, como cuando se enciende una luz. Desde entonces permanezco en vilo, irguiéndose mi cuerpo en el asiento, el solo, como si quisiera alzarse en vuelo. Los cuatro danzantes parecen estar en otra parte. La mayoría tienen los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia un lado o hacia atrás. Giran con los brazos en cruz o semiflexionados, una vez y otra. Me doy cuenta, sin embargo, de que el control que tienen sobre su cuerpo es completo. No se si porque han amaestrado a “la máquina” hasta la perfección o porque su atención está repartida. O tal vez por las dos cosas. De vez en cuando, como si se pusieran de acuerdo misteriosamente, comienzan a trasladarse, siempre de derecha a izquierda, y sin dejar de girar sobre si mismos. Nunca observo ni el mínimo titubeo, mareo, oscilación fuera de control. No hay choques, no hay puntapiés a las candilejas del suelo...
Cerca del final, el jefe del grupo comienza a girar también. Hasta entonces solo había permanecido allí como ausente, atravesando de vez en cuando por entre sus compañeros que giraban, y haciendo ruidos extraños con la nariz, como si estuviera constipado, o como si, de vez en cuando, tuviera la necesidad de respirar fuertemente. Sólo ahora, mientras escribo, pienso en si eso podría ser una señal, aunque no lo creo. Al girar, este último danzante, pasa con su pie rozando una de las candilejas. Tiene los ojos cerrados, la cabeza inclinada... Gira una vez y otra, mientras su pie derecho corta el aire docenas de veces a escasos centímetros de la pequeña luz. Nunca llega a tocarla.
No se cuanto dura todo aquello. Según el reloj cuarenta minutos. Al terminar parece que retorna la ley de la gravedad y lo que se mantenía elevado vuelve a caer y a ocupar su sitio en el suelo. Parpadeo.
Todos los participantes se retiran. Se encienden algunas luces en el techo. Salen de nuevo dos danzantes, para dar algunas vueltas más y permitir que los turistas les hagamos algunas fotos. Creo que es un acto de caridad por su parte pues no solo salen, prestándonos su imagen, sino que al girar vuelven a realizar el esfuerzo para trasladarse “a otra parte”, aunque solo durante un breve espacio de tiempo, dos o tres minutos. Luego se van.
Suat nos había dicho que procuraría traer, al final, a alguno de los participantes para que respondiera a nuestras preguntas. Efectivamente, viene con el jefe del grupo de danzantes, el hombre que hacía ruidos extraños al respirar.
La gente del grupo comienza a hacerle preguntas. El hombre habla turco, y Suat traduce tanto las preguntas como las respuestas. La mía es: "¿Donde estais al danzar?". "Lo que quiero decir es: ¿donde tenéis la atención? Porque aparentemente estáis en “otra parte”, pero vuestro control del cuerpo “aqui” es practicamente total ”.
Él me mira durante unos segundos y luego dice que no saben. Es como cuando al despertar del sueño te preguntas “¿dónde he estado?”.
El hombre parece distante, aparentemente frío, pero intuyo que pocas cosas escapan a su atención. Otra persona le pregunta: “¿qué es la muerte para vosotros?” y él responde: “Un regalo de Alá. Nos permite la visión perfecta, ya sin traba alguna, unidos a Alá”. Al poco rato parece que se anima a hablar. Calmadamente nos explica que todo está vivo, puesto que todo se mueve. Hasta el mismo átomo, que gira como los planetas de derecha a izquierda. Ellos, los derviches, hacen lo mismo... Giran como los átomos, como los planetas... retornan a la conciencia del átomo o de la estrella, girando solos en la inmensidad de lo oscuro.
Se despide. Le damos las gracias. Al salir pasamos junto a los tres hombres vestidos elegantemente. Les saludo con una ligera inclinación de cabeza. Ellos hacen lo mismo. La máquina tiene los ojos llenos de lágrimas, está inundada de agradecimiento por todo lo ocurrido. Siento simpatía por ella. Por lo que parece, está experimentando ahora un sentimiento real.
(el dibujo es de Ingrid Schaar)
2 comentarios:
almost frigthening that i didnt notice any bodies with those white clothings
Yes, Johnny, you are right. I didn't notice any body either.
May be there is nothing there but the Conscience and the Space, dancing...
Si, Johnny, tienes razón. Yo tampoco vi ningún cuerpo. Quizá no hay nada ahí, salvo la Conciencia y el Espacio, danzando...
(Traducción del mensaje enviado por Johnny)
Casi me sentí aterrorizado cuando no vi ningun cuerpo dentro de esos vestidos blancos.
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