I
Una de las señales más claras de que aquello en lo que creo no funciona: un “universo” atento a mis deseos, un “dios” a mi imagen y semejanza, un “mañana” en el que todo lo que espero ocurrirá...., es mi nula capacidad para evitar el dolor a los seres que están mas cerca. Y lo que es más, la repetida vergüenza de ser yo mismo, tan a menudo, el origen de ese dolor.
Digo, a propósito, “los seres que están más cerca” y no “a los que más quiero”, por evitar esta palabra resbaladiza, “querer”, que tiene sombras y huecos donde todos dicen que es pura y lisa, escondites por los que a menudo asoma la mueca del egoísmo más desvergonzado. “¿Querer?”, no olvides que estás en Babel, y cada uno da a las palabras el contenido que puede y quiere, más grande o más pequeño, según el tamaño de su conciencia y su corazón. Si eres un animal, tu amor tendrá largos dientes...
II
A veces uno se siente como cuando se le escapa el perro. Observas, impotente, que el animal enloquece de rabia y, en un instante, siembra a mordiscos el dolor a tu alrededor. Hiere primero, y con más saña, a los que están más cerca de ti, a los que más aprecias y quieres. Sobre ellos cae ese perro con su mayor salvajismo.
No eres tu, ya lo se, es él, es tu perro... Pero te sientes responsable, porque tu mimaste a ese animal, lo protegiste, lo alimentaste... El “perro” es un ser al que tu mantienes vivo cada día. ¿Y para que?... ¿Quien sabe? Quizá es tu único amigo, que lucha por ti cuando lo necesitas. Quizá te hace sentir poderoso. Ahora que lo pienso... tal vez incluso pudieras ser Rey, si él quisiera ser tu siervo.
Pero, como decía, algo en todo esto no funciona y... ¡a mi se me escapa el perro!
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