Arca de Noé
II
III
Lo importante de mi hoy estuvo, como dije antes, en un vagón de metro.
Me encontraba en uno de esos asientos con espacio para tres. Enfrente, cara a cara, separadas de mí por un estrecho pasillo, había otras personas sentadas. El centro lo ocupaba una madre joven con un niño extendido en su regazo (imposible por su gesto que no fuera madre, imposible por su gesto que no fuera hijo). A la derecha una mujer muy gruesa, con los ojos hinchados y ojerosos. Y a la izquierda un hombre de piel oscura, pequeño y fuerte. “Bolivia” pensé, al contemplar su cara. Mi amiga blanca e india. Y recordé a Marie-SantaCruz-supelonegro y el sabor del amor a los veinte años.
Lo primero que me llamó la atención fue la expresión del niño. Reflejaba la mas completa felicidad. Los ojos entrecerrados, la mejilla apoyada sobre el pecho de la madre, con una mano en su cintura y en la otra sosteniendo un pequeño juguete. Todo lo que el niño anhelaba estaba allí con él. No hacia falta preguntar, bastaba con ver esa sonrisa en su cara, esa expresión de felicidad que no sospecha aun de la muerte.
Ese niño, no se como, había hecho el gran descubrimiento. Poseía el tesoro. ¡Era feliz!.
En cuanto a la madre, ya la cosa era distinta. También su sonrisa mostraba que llevaba con ella, ahora, lo más precioso del mundo. Pero, al parecer, esto no era ya bastante para hacerla feliz.
De la mujer gruesa, a la derecha, surgía de cuando en cuando una queja animal. Era un ruido gutural, casi obsceno, que ella profería sin pudor, como sin darse cuenta. Su cuerpo y su rostro reflejaban un dolor continuo e intenso, un sufrimiento que mantenía sus ojos permanentemente húmedos y le empujaba la conciencia al borde del animal, o de la locura. Pero su dolor no parecía físico. Era como si la raíz del daño estuviera en su cabeza, en la recurrencia tormentosa de sus pensamientos.
Y a la izquierda el hombre pequeño y oscuro. A través de su cuerpo, de su rostro y de sus ojos me hablaba un misterio que mi corazón presiente, pero mi razón no alcanza a entender todavía. Misterio de la piedra, ni feliz ni infeliz, misterio humilde y terrible del indio: “¡Soy!Aquí estoy y aquí me quedo”.
Al ver a estos cuatro seres, y a otros muchos alrededor, cada cual distinto de los otros, cada uno con su mensaje en el rostro, con su vida, su vestido, su equipaje ... pensé:
"En el reducido espacio de este vagón conviven infiernos y paraísos, mundos diversos donde el ser humano se deleita y sufre tortura. Todos vivimos juntos en este estrecho espacio, la realidad “ahora” es la misma para todos y, sin embargo, unos son felices en ella y otros no.
Si el mundo ahora, o sea este vagón, es el mismo para todos, si todos somos humanos, si nuestro tiempo se mide por el mismo reloj, ¿por qué unos son felices y otros no? ¿por qué, con los mismos materiales unos fabrican felicidad, otros dolor, y otros ni una cosa ni otra?
¿Que tiene ese niño, sobre todo, que no tengamos los demás?
Solo una respuesta vino a mi: “Sus sueños”.
¿O tal vez será al revés?¿Tal vez los sueños, dolorosos, los llevamos nosotros?
La felicidad y la tristeza ¿se sueñan?
II
Frecuentemente, lo esencial del día no te espera en el lugar al que te diriges. Lo esencial te alcanza en el camino, antes de llegar o cuando ya has partido, en el tiempo y lugar en que menos te lo esperas.
A veces eso que llega, la Enseñanza de la Vida para Hoy, dura un largo rato y otras ocurre como en un relámpago. Cuando viene, muchas veces tu vas dormido en tu viaje, eres como un testigo muerto, pero otras felizmente estás alerta, y tu conciencia de ser pesa como un planeta y tu mirada es clara y tu mente y corazón poderosos e instantáneos.
A veces eso que llega, la Enseñanza de la Vida para Hoy, dura un largo rato y otras ocurre como en un relámpago. Cuando viene, muchas veces tu vas dormido en tu viaje, eres como un testigo muerto, pero otras felizmente estás alerta, y tu conciencia de ser pesa como un planeta y tu mirada es clara y tu mente y corazón poderosos e instantáneos.
III
Lo importante de mi hoy estuvo, como dije antes, en un vagón de metro.
Me encontraba en uno de esos asientos con espacio para tres. Enfrente, cara a cara, separadas de mí por un estrecho pasillo, había otras personas sentadas. El centro lo ocupaba una madre joven con un niño extendido en su regazo (imposible por su gesto que no fuera madre, imposible por su gesto que no fuera hijo). A la derecha una mujer muy gruesa, con los ojos hinchados y ojerosos. Y a la izquierda un hombre de piel oscura, pequeño y fuerte. “Bolivia” pensé, al contemplar su cara. Mi amiga blanca e india. Y recordé a Marie-SantaCruz-supelonegro y el sabor del amor a los veinte años.
Lo primero que me llamó la atención fue la expresión del niño. Reflejaba la mas completa felicidad. Los ojos entrecerrados, la mejilla apoyada sobre el pecho de la madre, con una mano en su cintura y en la otra sosteniendo un pequeño juguete. Todo lo que el niño anhelaba estaba allí con él. No hacia falta preguntar, bastaba con ver esa sonrisa en su cara, esa expresión de felicidad que no sospecha aun de la muerte.
Ese niño, no se como, había hecho el gran descubrimiento. Poseía el tesoro. ¡Era feliz!.
En cuanto a la madre, ya la cosa era distinta. También su sonrisa mostraba que llevaba con ella, ahora, lo más precioso del mundo. Pero, al parecer, esto no era ya bastante para hacerla feliz.
De la mujer gruesa, a la derecha, surgía de cuando en cuando una queja animal. Era un ruido gutural, casi obsceno, que ella profería sin pudor, como sin darse cuenta. Su cuerpo y su rostro reflejaban un dolor continuo e intenso, un sufrimiento que mantenía sus ojos permanentemente húmedos y le empujaba la conciencia al borde del animal, o de la locura. Pero su dolor no parecía físico. Era como si la raíz del daño estuviera en su cabeza, en la recurrencia tormentosa de sus pensamientos.
Y a la izquierda el hombre pequeño y oscuro. A través de su cuerpo, de su rostro y de sus ojos me hablaba un misterio que mi corazón presiente, pero mi razón no alcanza a entender todavía. Misterio de la piedra, ni feliz ni infeliz, misterio humilde y terrible del indio: “¡Soy!Aquí estoy y aquí me quedo”.
IV
Al ver a estos cuatro seres, y a otros muchos alrededor, cada cual distinto de los otros, cada uno con su mensaje en el rostro, con su vida, su vestido, su equipaje ... pensé:
"En el reducido espacio de este vagón conviven infiernos y paraísos, mundos diversos donde el ser humano se deleita y sufre tortura. Todos vivimos juntos en este estrecho espacio, la realidad “ahora” es la misma para todos y, sin embargo, unos son felices en ella y otros no.
Si el mundo ahora, o sea este vagón, es el mismo para todos, si todos somos humanos, si nuestro tiempo se mide por el mismo reloj, ¿por qué unos son felices y otros no? ¿por qué, con los mismos materiales unos fabrican felicidad, otros dolor, y otros ni una cosa ni otra?
¿Que tiene ese niño, sobre todo, que no tengamos los demás?
Solo una respuesta vino a mi: “Sus sueños”.
¿O tal vez será al revés?¿Tal vez los sueños, dolorosos, los llevamos nosotros?
La felicidad y la tristeza ¿se sueñan?
¿Son nuestros nuestros sueños?
¿se puede soñar lo que se quiera?"