sábado, marzo 14, 2009

VITRIOL


Visita Interiora Terrae, Rectificando Invenies Occultum Lapidem”
(Visita el interior de la tierra, rectificando encuentras la Piedra Oculta)

I

Extraño empeño el de los alquimistas. Buscan a Dios no en el cielo, ni en el hombre, y ni tan siquiera en el animal, sino más abajo aún, donde los animales pisan. ¿Hay algo más bajo que eso?¿Satanás, tal vez? Buscan a Dios entre los minerales, en el suelo de la tierra, en el techo del infierno.

De niños nos enseñan justo lo contrario, nos animan a mirar al cielo. Nos dicen que en el hombre hay cualidades animales y divinas, y que hay que pedir a Dios que alimente a estas últimas desde lo alto: el amor, la piedad, la fraternidad entre los hombres. Las cualidades divinas siempre llegan desde arriba, como la lluvia, como la luz del sol.

Eso nos enseñan de niños, y la memoria de un niño, ya se sabe, es como una piedra inerte en la que muchas cosas quedarán grabadas para siempre.

El saber si ocupa lugar, cuando se convierte en creencia. Las creencias son celosas, y solo toleran hermanas gemelas alrededor. Si las cualidades divinas llegan de lo alto, entonces hay que mirar al cielo, aun corriendo el riesgo de que los pies tropiecen.
II

Ayer, mientras subía caminando la cuesta que me lleva al trabajo de todos los dias, los ojos resbalando hacia arriba por el suelo de cemento, súbitamente me di cuenta de algo: Si Dios-Hombre nació, según dicen, en un establo y entre animales, ¿por qué las cualidades divinas tendrían que nacer más alto?

Hay veces que la mente, de pronto, pone palabras a lo que el corazón hace tiempo que ya ha comprendido.

Las cualidades divinas en el hombre no llegan desde lo alto. No nacen, como los relámpagos, en el centro de una nube, ni en la mirada del sol. Las cualidades “divinas” del hombre nacen de lo más profundo del ser humano, y llegan arriba envueltas por su naturaleza animal. Son como recién nacidos, que lanzan su primer grito manchados de sangre y de suciedad.

III

Si no hubiera muerte, y tuvieras que vivir para siempre en un espacio cerrado con tu peor enemigo, ¿cómo lo harías? Primero inventarías la tolerancia para no sufrir, y luego, si fuera posible, el amor al Otro, para ser feliz.

La tolerancia, la caridad, el amor, tal y como los entendemos los hombres no son cualidades divinas, sino habilidades adaptativas que nos permiten sobrevivir emocionalmente en entornos hostiles. Son el lubricante que nos evita dolorosos roces en el día a día.

¿Y qué mejor medicina para la soledad y el sinsentido que dejarse caer, a veces, enamorado?

IV

El amor es invento del hombre, como la justicia, o como el arte. Hay amores como los bisontes de Altamira, sentimientos toscamente pintados en la roca por un Cromañon. Y hay amores como la Monna Lisa y aún más sutiles, todavía no expresados.

Los sentimientos, después de inventados, se cultivan y se desarrollan hasta lo sublime, como la pintura. Los amores se nos van convirtiendo poco a poco en Amor.

Sin embargo, ignoro aún lo que pueda ser ese Amor extremo, con mayúsculas. El mundo de las ideas de Platón tal vez existe, y lo transitan los dioses, reunidos como dedos en la mano de Dios. Pero yo, hoy por hoy, soy solo un alma en tránsito por el cuerpo de un hombre. Voy caminando a gatas, los ojos clavados en el suelo, abrazado a la madre tierra, hasta la muerte.

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