Zodiaco de Johfra. Virgo
I
No nos dejemos llevar por la imaginación. Atengámonos a la realidad, a lo que percibe este cuerpo, sea con los sentidos externos, sea con el presentimiento interior. Que la mente limpie los datos de toda especulación, los clasifique y ordene sin añadir nada. Si lo hace así, bastará luego con una mirada para saber. El conocimiento llegará sin ningún esfuerzo. Se modesto. No es preciso disponer de grandes medios ni hacer un gran derroche. El menor detalle es inmenso, el mundo entero cabe en un grano de arroz.
Todo está sereno ahora. Todo tiene el olor de la vida normal. El tacto de la ropa planchada, los sonidos familiares del hogar, el esfuerzo de mover este cuerpo, el trabajoso ritual de lavarlo cada día, de protegerlo, de alimentarlo.
Los pequeños detalles rutinarios me proporcionan un sensación de seguridad. La rutina, si es consciente, no es más que permanecer para siempre en un proceso perfecto de existir.
Me molesta el desorden, y ver luego como la suciedad se va posando en los seres, como si sobre el hombro de las cosas descendiera el brazo de un falso amigo. No es por urbanidad, ni porque alguien me dijera un día que ser limpio y ser bueno son casi la misma cosa (no me hace falta ser bueno, me basta solo con ser). Del orden, del funcionamiento fluido y armónico de los seres en torno mío siento el mismo gozo interior que el mecánico cuando escucha ronronear el motor de un automóvil perfecto. Además, mi instinto me dice que las cosas sucias y las cosas limpias viven en mundos distintos. Aunque la cosa fuera la misma, no es igual estar en el infierno que en el paraíso.
II
¿Adonde se fue el lobo? Solo percibo en mi interior una débil llamita. O, mejor, una fuerte llamita diminuta, de tan lejana. Está tan honda, tan enterrada en el espacio interior, tan lejos dentro de mí, que la más pequeña bruma emocional la hace desaparecer, como la débil neblina oculta, a su capricho, el sol blanco de los inviernos. Sin embargo otras veces, en la distancia, percibo su fuerza. Este mundo interior es como el aire de enero, hecho de escarcha molida pero en el que, enterrado, creo percibir de cuando en cuando, como una promesa, el soplo cálido de la primavera.
Esperanza, esperanza. Parece imposible que en este vacío gris pueda nacer algún día la luz. Pero ahí dentro está la llamita, creo, aunque hoy sea tan solo poco más real de lo que es un sueño.
No imaginemos, no imaginemos. No se si se trata de una llama, o de una luz, o acaso sea un soplo, poco mas denso que la nada... Lo percibo solo como un débil contacto, pero se que hay algo dentro de mi, la promesa del milagro. No de un milagro que ocurrirá, sino de un milagro que ocurre ahora, aquí mismo, en mi, y a la vez, profundamente lejos.
III
Vivo en un ser humano que guarda dentro de sí la promesa de un nacimiento. Después de la lucha del hombre y del lobo, que yo observaba dentro de mi sin tomar partido por el uno o por el otro, el lobo ya no es lobo, sino un niño pequeño y hermoso de ojos brillantes y redondos.
¿Como pude equivocarme tanto? ¿Cuantas veces tuve que lavarme la mirada y el corazón para poder verlo?¿cuantas tendré que lavármelas todavía en el agua y el fuego del llanto y el remordimiento?
El lobo ya no es lobo y el hombre ya no es hombre. Los dos se han dulcificado y, a la vez, se han hecho más sólidos. El hombre que luchaba pareció despertar. No vio ya a la fiera y bajó los brazos. Ahora está sentado y receptivo, y es hermoso como una mujer. Parece una virgen que observara, en su regazo, al niño que parecía un lobo. Y yo los miro a los dos en mi, y siento de pronto una paz profunda. La paz que brota, como el perfume, de un conocimiento inexorable.
Si Dios ha de bajar a mí, o yo subir hasta El, si algún día he de ver su Rostro y tocar su manto, será con las manos y los ojos de ese Niño que va a nacer. Hijo de Hombre, se llama. O quizá, el Hijo de la Mente.
Será así o no será. Esa parece ser la promesa.
Vuelvo a sentir la llama, la pequeña luz que baila en lo profundo.
¡Que no se apague tu llama! ¡Que no se apague jamás!
¿Como pude equivocarme tanto? ¿Cuantas veces tuve que lavarme la mirada y el corazón para poder verlo?¿cuantas tendré que lavármelas todavía en el agua y el fuego del llanto y el remordimiento?
El lobo ya no es lobo y el hombre ya no es hombre. Los dos se han dulcificado y, a la vez, se han hecho más sólidos. El hombre que luchaba pareció despertar. No vio ya a la fiera y bajó los brazos. Ahora está sentado y receptivo, y es hermoso como una mujer. Parece una virgen que observara, en su regazo, al niño que parecía un lobo. Y yo los miro a los dos en mi, y siento de pronto una paz profunda. La paz que brota, como el perfume, de un conocimiento inexorable.
Si Dios ha de bajar a mí, o yo subir hasta El, si algún día he de ver su Rostro y tocar su manto, será con las manos y los ojos de ese Niño que va a nacer. Hijo de Hombre, se llama. O quizá, el Hijo de la Mente.
Será así o no será. Esa parece ser la promesa.
Vuelvo a sentir la llama, la pequeña luz que baila en lo profundo.
¡Que no se apague tu llama! ¡Que no se apague jamás!